“Impresentable” es aquel o aquella que no es digno o digna de presentarse o de ser presentado o presentada. Inaceptable, indecoroso, indigno o impropio, son algunos de sus sinónimos.

Acariciado por la media luz de la mañana, y tras darle unas cuantas vueltas al meollo, el hombre de los pantalones a cuadros convino en elegir el calificativo de “impresentable”, aunque, en realidad, le hubiera gustado encontrar otro más preciso y, acaso, con mayor carga emocional. Pero lo cierto es que, en aquel momento, no se le ocurrió algo mejor que pudiera ser dicho en público sin pasarse de la raya.

Acababa de leer un manifiesto, firmado por más de doscientos mil científicos, pertenecientes a ochenta asociaciones, en el que se pedía al Gobierno central y a las diecisiete Comunidades Autónomas que las decisiones sobre la pandemia quedaran fuera del debate político, que evitaran utilizar como ariete los mensajes sobre la sanidad, que se pusiesen de acuerdo en las medidas a adoptar.

Venían pues a decir lo que él pensaba desde que comenzó este sin vivir del COVID-19. Pues desde el principio, había observado como las flechas sobrevolaban las cabezas de los ciudadanos y los hachazos entre partidos se prodigaban en uno u otro sentido. Un echarse la culpa los unos a los otros, había sido el máximo común divisor que estuvo a punto de que llegara a cumplirse aquello de “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

En la lucha encarnizada por conseguir el poder hay quien se lleva la palma, con salidas de pata de banco, como la presidenta madrileña. La penúltima ha sido la de “Si no fuera por el Gobierno, yo ya tendría vacunada Madrid al 100%”. Lo peor de esta burda soflama, es la posibilidad de que haya pillado a alguien medio dormido que se lo haya llegado a creer. Debe sentirse más lista y poderosa que la señora Merkel, que el señor Macron, que el señor Johnson, o que los tres personajes juntos, pues ni Alemania, Francia y Reino Unido han sido capaces de vacunar al 100% de sus ciudadanos, aunque cuenten con potentes laboratorios farmacéuticos.

Son muchas las barbaridades que se han dicho, y demasiadas las que se han hecho, haciendo caso omiso de las recomendaciones de los expertos sanitarios

¿Cómo pues podría denominarse a aquel o a aquellos que juegan a hacer política con la salud de los españoles?, se preguntaba el hombre de los pantalones a cuadros. A los que no son capaces de ponerse de acuerdo en algo tan básico como es la salud. A los que, aprovechando cualquier resquicio, prefieren saltan a la yugular del rival que emprenderla a mamporros con el puñetero virus. Probablemente el calificativo de “impresentable”, que acababa de elegir, se le había quedado pequeño.

Son muchas las barbaridades que se han dicho, y demasiadas las que se han hecho, haciendo caso omiso de las recomendaciones de los expertos sanitarios. Muchas también las manipulaciones de datos y sus posteriores análisis. Y un número imposible de precisar las sesgadas críticas sobre lo que han hecho o dejado de hacer los demás.

Pero, hay políticos que pasan de los expertos, y aprovechan la pandemia para atacar a todo lo que se mueve, como ya hicieran algunos en su día, de manera torticera, cuando en España se luchaba denodadamente contra el terrorismo de ETA.

Da pena, dolor y rabia, ver cómo se está jugando con el dolor de la gente de manera frívola e ignominiosa. Cómo se pasa la escoba de la falsedad con la intención de barrer algún voto, aunque haya que sacarlo de la basura.

El hombre de los pantalones a cuadros reparó, justo en ese momento, en que los mismos personajes que habían prohibido los partidos de fútbol, los conciertos, y otros eventos - alegando que era para evitar grandes concentraciones de gente - ahora estaban pasando por alto las aglomeraciones que, indefectiblemente, iban a producirse en los colegios el día de las elecciones madrileñas. Y, a más a más, para participar en algo que no tocaba y que nadie había reclamado.

La última ocurrencia de la presidenta madrileña ha sido la de que sean los empresarios quienes se encarguen de vacunar a sus empleados, cosa que ha visto bien la Administración Central, exceptuando la compra de las vacunas. Una idea que aun no ha puesto en práctica ningún país europeo. Algo que posiblemente oculte un paso más en aras a promocionar la sanidad privada en detrimento de la pública.

Al hombre de los pantalones a cuadros, cuya vida se encontraba alejada de inútiles ambiciones, le empezó a apretar el vientre un fuerte dolor, seguido de endiablados retortijones, que le hicieron ir corriendo a los aseos del primer bar que encontró a su paso. Una vez regularizado tal apremio, y al no haber encontrado papel higiénico a mano, vióse obligado a hacer uso de las papeletas de las elecciones madrileñas, que había recogido momentos antes en la oficina de Correos. Pensó que, quizás, alguien podría tomarlo como una acción contestataria, o como un acto de protesta debido a la afrenta que suponía oír hablar todos los días de las elecciones madrileñas mientras la gente hacía colas en las UCI de los hospitales. Pero es que ante tales urgencias todo está justificado.