Los derechos de ciudadanía no son ningún regalo de los dioses ni una cortesía de quienes históricamente han cortado el bacalao: hechiceros, nobleza, clero, burguesía, terratenientes, etc. Los derechos civiles, políticos o sociales que ahora disfrutamos en los países con una calidad democrática más avanzada se han conquistado con mucho esfuerzo, es decir, con sangre, sudor y lágrimas. Porque nadie regala o cede libremente un botín si este es muy valioso. No piensen que los botines que se desean y defienden son únicamente bienes materiales (piedras preciosas, oro, plata, palacios, castillos, mansiones, yates, aviones, coches, etc.). También el poder, la autoridad o el prestigio son recursos tan fundamentales o más que los anteriores, convirtiéndose en muchas ocasiones en motivo de disputa entre quienes los poseen y quienes los demandan. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Es una síntesis de la historia de la humanidad: la lucha por obtener un preciado botín de guerra. Y es tan evidente que casi me da vergüenza escribirlo.

Lo relevante, sin embargo, es la forma como se dirimen los conflictos en la sociedad, es decir, las disputas entre quienes reivindican el acceso a los bienes o recursos en igualdad de condiciones y quienes piensan que esos tesoros son privativos de una élite, de una clase social o de un grupo específico, argumentando que si los tienen es porque los merecen. Ya saben que estas disputas se han resuelto históricamente de múltiples formas: a garrotazos (conquistas, guerras, atentados) pero también con chantajes o utilizando el miedo, que es una forma muy efectiva de control social con el que se alcanzan los objetivos sin derramar sangre. Pero los problemas se pueden resolver también de forma mucho más civilizada. Por ejemplo, cuando decimos que hablando se entiende la gente lo que queremos expresar es que antes de aniquilarnos es conveniente aplicar otros métodos más educados de resolución de conflictos. Y la democracia es precisamente eso: una forma civilizada que hemos inventado los humanos para dirimir nuestras cuitas.

¿Y a cuento de qué viene todo esto? Porque la campaña electoral a las elecciones del 4 de mayo en la comunidad de Madrid ha entrado en una espiral muy preocupante. Si la democracia es una herramienta para resolver de manera civilizada los problemas de los ciudadanos, lo que no es de recibo es que alguien, me da igual que se llame Mengano o Zutano, denigre verbalmente al adversario político o utilice ataques y descalificaciones personales contra quienes no piensan como uno mismo. Pero lo grave también es que, bajo el paraguas de la libertad de expresión, que hemos conquistado a base de sangre, sudor y lágrimas y que, como decía más arriba, nadie nos ha regalado, se esté creando un clima desfavorable contra los derechos humanos y, en definitiva, contra la solidaridad, la humanidad y la diversidad, principios que todas y todos deberíamos asumir y cultivar en nuestra vida cotidiana. ¿Y cómo se puedan alcanzar unos objetivos tan loables y beneficiosos? Muy sencillo: practicando el juego de la democracia. Ni más ni menos.