La provincia de Zamora tiene paisajes e historia de una belleza incomparable, para realizar rutas por ella repletas de posibilidades y así matar el gusanillo del viaje en tiempos de pandemia. He vuelto a recorrer algunos de sus pueblos, en un día de frío, pero soleado, empezando por Granucillo de Vidriales, para ver el dolmen de san Adrián, que fue construido hace unos tres mil quinientos años, que se llama así, por estar cerca de una ermita con ese nombre.

En su interior encontraron una cuenta de collar de variscita y otras de pizarra en forma de disco, una punta de flecha, un prisma de cuarzo y varios fragmentos de cerámica de la Edad de Bronce.

Pasé después por el campamento romano de Petavonium, donde se asentó la Legio X, que contaba con cinco mil soldados, encargados de vigilar las revueltas de los pueblos astures y, de proteger los envíos de oro de las Médulas al Imperio.

De la importancia de tal asentamiento daban fe, un templo dedicado a Hércules y unas termas públicas. Desgraciadamente el área excavada de tan importante asentamiento es mínima.

Cerca de él se alza airosa la ermita de Nuestra Señora del Campo. Subí después a la sierra de Carpurias, cuyas montañas ya andan teñidas de morado, al haber florecido el brezo o urz, que de ambas formas se conoce a dicha planta.

Desde allí me llegué a Alcubilla de Nogales, dejando a un lado a Arrabalde, donde en el Castro astur de las Labradas se encontraron a finales del pasado siglo, los llamados Tesoros de Arrabalde, una serie de más de cincuenta piezas de joyería de oro y plata, entre otras, colgantes, anillos, brazaletes, fíbulas, sobresaliendo un cinturón articulado de oro de gran belleza, que actualmente pueden verse en el Museo de Zamora.

Traspasé la línea de la frontera leonesa, trazada a partir de 1832, a raíz de la división administrativa de España, realizada por Javier de Burgos, donde algunos pueblos, como Alija del Infantado, que ya era zamorano desde el siglo XVI, acabó perteneciendo a León, mientras Coomonte de la Vega siguió ligado a Zamora.

En Alija se conservan mascaradas de otoño, conocidas como los Jurrus y las Birrias, fiestas ancestrales donde el Bien (las Birrias), lucha contra el Mal (los Jurrus), los cuales llevan caretas de demonio con cuernos

En Alija se conservan mascaradas de otoño, conocidas como los Jurrus y las Birrias, fiestas ancestrales donde el Bien (las Birrias), que van vestidas de negro, algunas con mantones de colores, luchan contra el Mal (los Jurrus), los cuales llevan caretas de demonio con cuernos. Todo acaba con la quema de un muñeco, que representa al gran Jurru, para simbolizar que el Mal es erradicado del mundo. En realidad, es otra forma de representación de la batalla de don Carnal contra doña Cuaresma.

Por Alija pasa no solo la Cañada Real, sino también el Camino de Santiago. Curiosamente ha sido uno de los pueblos que más almirantes han dado a la Marina. Un monumento con un ancla, en medio del pueblo, lo corrobora.

Ya en tierras leonesas, me acerqué más tarde al monasterio de Nogales, un lugar bellísimo, donde la maleza ha tomado al asalto las ruinas, parte del cerco, muros, portadas, uno de los balcones del abad, ménsulas y dovelas historiadas de lo que antaño fue un imponente monasterio cisterciense, uno de cuyos benefactores fue el noble de la corte del rey Alfonso VII, Ponce de Cabrera, quien acabó cayendo en desgracia y, que estuvo ligado a lo que se conoce como el Motín de la Trucha de Zamora.

La decadencia y el abandono son la prueba de lo mucho que se ha perdido, en lo que se refiere a recuperación del patrimonio cultural de la Comunidad.

A pesar del desastre, la naturaleza brotaba con fuerza. Algunas hierbas medicinales, árboles frutales y espinos estaban floridos y, los pájaros con su canto alegraban el día.

Comí a las orillas del río Órbigo, en tierras de Coomonte, cerca del puente de la Vizana, lugar donde surgió una leyenda que publiqué hace años, titulada El ventero de la Vizana, recogida en pliegos de cordel, sobre un niño, hijo de madre soltera, que es acechado por el demonio en diversas ocasiones, hasta que recuerda, poco antes de morir, que no ha sido bautizado. Al final todo se arregla, pues lo consigue en el último momento, por lo que al final, el demonio no puede llevárselo con él.

Pero, aunque lo parezca, el viaje no finaliza aquí, Saramago defendía que, “El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración… El objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje.”