Aterrizo con una declaración de intenciones: “Soy más de pueblo que las amapolas”. No es la primera que lo anuncio públicamente en esta columna y, siempre que tengo la ocasión, en jornadas, congresos o conferencias. Dicho queda una vez más. Por eso, el pasado martes, en la Jornada Talento-Emprende, que organizó la Diputación de Zamora, me entusiasmé cuando en varias ocasiones se habló de la necesidad de reivindicar el orgullo rural, de sentirnos orgullosos de nuestras raíces, como es mi caso, y de sobreponerse a esos epítetos (cazurro, paleto, destripaterrones, etc.) que han descrito a las personas de los pueblos y que hasta fechas muy recientes seguían apareciendo en las definiciones que el diccionario de la Real Academia Española reservaba para referirse a estas personas o a quienes se dedicaban a las tareas del sector primario. La idea del orgullo rural la lanzó el sanabrés Manuel Mostaza en su intervención virtual. Pero en el ambiente flotaban también otros vocablos que iban, más o menos, en una dirección similar.

¿Pero qué demonios es el orgullo rural? Yo lo tengo muy claro: valorar y apreciar, en su justo término, un modo de ser y de sentir las relaciones sociales, condicionadas por un sentimiento de comunidad, con sus virtudes y defectos, que dejan huella. Significa también sacar pecho para estimar y valorar el significado de las experiencias vividas y acumuladas en esas zonas rurales, que han servido para construir un relato biográfico y, en definitiva, para ser lo que uno ha llegado a ser. El orgullo rural significa, por tanto, reconocer lo que se ha vivido y aprendido en los pueblos y, de manera muy especial, de reivindicar el significado de la cultura rural, es decir, tanto de los elementos materiales (patrimonio arquitectónico, aperos de labranza, etc.) como de los aspectos inmateriales (creencias, tradiciones, simbologías, etc.) que sirven para entender los anhelos, los problemas, las ilusiones o las dificultades de todas las personas que han habitado o siguen residiendo en esos espacios que hemos catalogado de rurales.

Habrán adivinado que hablar del orgullo rural obedece también a una moda. De un tiempo a esta parte, con motivo de la revuelta de la España vaciada, de la publicación de libros específicos sobre estas temáticas y, en consecuencia, de las reivindicaciones que las asociaciones y plataformas rurales de los distintos puntos de España, aunque especialmente de las provincias azotadas por las consecuencias de la despoblación y de los olvidos históricos, se ha logrado introducir en la agenda pública estos asuntos, lo cual ha supuesto un antes y un después en la mirada hacia los pueblos y, en definitiva, hacia lo rural. Por consiguiente, dado que las personas que residen, trabajan, sueñan y sufren las peripecias de la vida cotidiana en los pueblos tienen las mismas obligaciones pero también los mismos derechos que el resto de ciudadanos, es muy pertinente reivindicar lo que somos y lo que queremos ser, sin complejos pero sin descartar a nada ni a nadie que nos acompañe en nuestro viaje. Un viaje que siempre debe ser compartido.