No siempre consigo ser un ciudadano decente y honrado. Al igual que existen la cara oculta de la luna, el lado oscuro de la fuerza y la Internet profunda, nunca he tenido reparos en reconocer que, pese a que trabajo duro para ser una buena cristiana, no soy el santo Job.

Stephen King es un novelista bestseller infravalorado, pero ya quisieran algunos autores de culto elaborar en apenas unos párrafos un perfil psicológico tan completo de cada personaje, como hace el norteamericano. Juraría que fue el padre Callahan, a quien el escritor de terror hace decir que, de los siete pecados capitales, el de la ira es el único que sigue sin poder dominar.

A mí, no sé si por influencias del nombre que porto, me sucede como a ese cura irlandés de El Misterio de Salem´s Lot, que cuando se me sube la aguja del termostato a lo rojo, no salta una alerta por tormenta de la Agencia Estatal de Meteorología, pero casi.

El día de autos, y cuando aún no se había apagado el eco de las campanadas de la España rural en pie de guerra, me disponía a entrar al pueblo como cada mañana por el llamado camino a Vega de Villalobos. Sólo que en esta ocasión me encontré con el camión que sirve pienso compuesto a la vecina nave de pollos ocupando de modo incorrecto todo el camino de utilidad pública.

Cuando a mí me toca ir a alguna tierra para recoger una oveja parida en el campo, aparco bien ajustada a un lado, y de este modo permito que pasen los tractores, porque los caminos públicos son de todos. Pero aquel conductor me pidió que esperara, y esperé.

Esperé, y esperé hasta que desesperé.

Al final, no me quedó más remedio que dar marcha atrás y emplear unos pocos minutos más en acceder a la nave de mis ovejas. Por otras veces, sé que los camiones usan el camino privado de acceso a mi nave para dar media vuelta, y de este modo no perder tiempo cruzando las calles el pueblo. Así que, en esta ocasión, aparqué la Citroen C-15 atravesada impidiendo toda entrada.

Llegado a mi altura, el camionero me dijo que tenía que dar la vuelta. No se disculpó por no haber aparcado el camión correctamente. Si hubiera perdido un minuto orillando, hubiéramos cabido de sobra los dos. Ni me pidió permiso para poder dar la vuelta. ¡Qué va! Así, que me limité a contestar que aquel camino era privado, y que mi trabajo era tan importante como el suyo.

Dejé la furgoneta estacionada a lo loco y me fui a atender a mis ovejas.

No sé si con los años, y junto a la fortaleza física, voy perdiendo también la paciencia, pero cada vez tolero menos la falta de respeto hacia los que vivimos en el mundo rural. Esta vez se trataba de un camionero que tenía prisa por acabar su trabajo, pero si hubiera sido el lucero del alba, hubiera actuado igual.

Los vecinos que convivimos todos los días del año nos tenemos bien tomadas las medidas. Por lo que quien no dispone de garaje, aparca el coche ajustado a la pared de tal manera que permite el paso de tractores con o sin aperos. El problema surge, cuando veraneantes y forasteros dejan el coche aparcado como no suelen hacerlo en la ciudad, porque se llevarían la consiguiente multa.

Conducimos con sumo cuidado. Recocemos al abuelo que pasea a lo suyo porque está sordo como una tapia, y a la abuela que camina gracias a ese andador al que la ha confinado la artrosis. Y aguardamos con paciencia a que se suban a la acera, a su ritmo, para poder avanzar de nuevo.

El problema deviene con los de fuera, que pasean ocupando la calle entera, como si el pueblo fuera territorio comanche sin normas de urbanidad, cuando en la ciudad es obligatorio pasear por las aceras. Y nos obligan, a los que estamos felices porque al menos ellos pueden estar de vacaciones, a esperar para poder seguir realizando nuestras faenas.

Somos una sociedad enferma de egoísmo, primero yo, después yo y siempre yo, para eso no hay vacuna. Pero en la España rural ya soportamos suficientes humillaciones por parte de la Administración, como para tolerar una sola indignidad más. Vengan estas de quien vengan, de parte de camioneros que sirven piensos medicalizados o de santa Bárbara bendita.