Cuando algo está fallando, y la economía de los países más fuertes amenaza con hundirse, los gobiernos actúan. Y toman medidas. Unas veces económicas, otras declarando alguna guerra, otras evitándola. Pero actúan. Así lo viene demostrando la historia. Los resultados no siempre llegan a ser buenos, al menos para el pueblo llano, pero los poderes se resisten a perder y siempre hacen algo. Eso ha ocurrido cada vez que se le han visto las orejas al lobo. Desde que el mundo es mundo. Desde que el hombre apareció y se puso el manto del egoísmo.

Ahora el mundo esta sufriendo un ataque generalizado por mor de la incidencia indiscriminada de un virus. No responde pues a una situación específica de un país concreto, ni siquiera a una determinada área geográfica, ya que nos afecta a todos. Además, cuenta con el agravante que mientras no se solucione el problema en todo el mundo, el enemigo seguirá atacando en cualquier parte, y nadie podrá estar seguro: viva donde viva, se mueva por donde se mueva, porque no dependerá de que pueda viajar en business, ni tampoco de tener acceso a ducharse todos los días.

Así pues, dado que nadie puede permitirse el lujo de dudar que se trate de un problema universal, no queda otra que resolverlo universalmente: en los países pobres y en los ricos, en los que están en guerra y en los que reina la paz, en los que sufren dictaduras y en los que gozan de democracias. Pero, desafortunadamente, no parece estarse actuando de esa manera, pues los laboratorios que disponen de vacunas diseñadas para inmunizar a la población no dan abasto para producir el número de vacunas suficiente al ritmo necesario.

Aunque gran parte del desarrollo de las medicinas se encuentre financiado con dinero público, lo cierto es que siguen estando consideradas como un bien de mercado, no como un bien social. Grandes potencias, como los EE. UU. y Gran Bretaña, defienden a muerte a sus potentes laboratorios, aunque, en situaciones como la de ahora pudieran entrar en colisión, al menos en parte, con la “Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos”.

En estos momentos, en los que existe más pánico que análisis, algunos dicen que existen organizaciones que hacen lo posible para que llegue el “Nuevo Orden Mundial”

El hecho es que, sin vacunas, nada puede hacerse para acorralar a la pandemia y reducirla a la mínima expresión. Mientras eso llega, la gente enferma y muere, y pasa por las penurias que trae consigo la pérdida del trabajo. Unos pocos laboratorios tienen la llave de la solución. Al menos de la solución a corto y medio plazo. Y eso pasa por la cesión de sus patentes a otros laboratorios para aumentar la producción de vacunas de manera exponencial, y así poder repartirse en poco tiempo por todo el mundo. Los estados disponen de medidas para poder hacerlo, indemnizando a los laboratorios, pero permanecen callados. Nada se oye al respecto. Eso podría hacerse con una “suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual”.

Lo que acabo de decir pudiera sonar a revolucionario, o al deseo de que desaparezca el derecho a la propiedad. Pero nada más lejos de eso, pues lo han dicho varios Premios Nobel de Economía, entre otros el americano Stiglitz y el canadiense Spence, que afirman que tal cosa, no solo es posible sino necesaria. Líderes mundiales, como Macron, también han propuesto que las vacunas pasen a ser “un bien público”.

La Federación Internacional de la Industria Farmacéutica, en su día se unió, como socio fundador, a la OMS (Organización Mundial de la Salud) cuyo fin – al menos sobre el papel – es garantizar que las vacunas sean asequibles y disponibles de manera equitativa. Pues si eso es así y no hay falta de voluntad o propósito ¿a qué se está esperando para dar pasos importantes?

En estos momentos, en los que existe más pánico que análisis, más querer que poder, algunos dicen que existen organizaciones que hacen lo posible para que llegue a establecerse lo que ha dado en llamarse el “Nuevo Orden Mundial” (Un gobierno único y plutocrático) que, entre otras cosas, sería partidario de reducir sustancialmente la población del planeta. Ahí estarían detrás los Iluminati, los Rosacruz, y otras históricas organizaciones secretas. Pero eso ya sería otra historia.

Veo en un periódico nacional la viñeta del dibujante, pintor, y brillante humorista Andrés Rábago, conocido comúnmente como “El Roto”. En ella, un investigador, pertrechado con ropa protectora, observa un cilindro de gran tamaño que soporta con ambas manos, mientras dice: “La ciencia es laica, pero las patentes son sagradas”. No se puede decir más con menos.