No me lo puedo creer. Apenas una semana después de dejar sus cargos en el Ejecutivo, el pasado 6 de abril, Pablo Iglesias ha solicitado la indemnización como ex vicepresidente. La cifra no es baladí, 5.316 euros durante quince meses, siempre que no sea elegido diputado regional o ejerza otra actividad privada remunerada que debieran investigar, dado el apego del ex al capitalismo.

Estoy en la obligación de decir que Iglesias está en su derecho de solicitar la prestación compensatoria, es absolutamente legal. Así y todo entra en contradicción con sus soflamas, tantas veces reiteradas, en las que ponía el grito en el cielo por los sueldos y las indemnizaciones del orbe político. De la noche a la mañana y tras haber calentado sillón en el Consejo de Ministros, Iglesias ha pasado del “es indigno que los políticos cobren tanto” a si los demás cobran, yo también. Esta metamorfosis es digna de estudio. Que venga Franz Kafka y nos lo explique.

A Iglesias le ha venido de perlas su paso por el Gobierno en el que no ha dejado huella. El líder morado deja el Congreso de los Diputados con 230.653,42 euros en el banco y un chalet en Galapagar. Eso, que se sepa. La transparencia que blasonan los políticos sobre sus bienes es inexistente. Y eso reza para todos o casi todos. La decisión de Iglesias, que no ha tenido explicación ni desde la formación morada ni desde su propio gabinete, contrasta, eso es lo curioso, con su discurso tradicional de que no entraba en política por el dinero o los cargos. Por la boca muere el pez. Son tantos los testimonios que nos ha dejado a lo largo de los años, que ahora se le vuelven en contra.

Diga lo que diga Iglesias, no todos hacen lo que él ha hecho. El ya ex ministro de Sanidad, Salvador Illa, no la solicitó. El ex ministro de Cultura Máxim Huerta, tampoco. Por lo tanto su justificación queda invalidada por la realidad. Siempre que se ha preguntado a Iglesias por este tema, solicitando la revocación de sueldos vitalicios e indemnizaciones, siempre ha contestado lo mismo: “Con toda honestidad digo que si podemos lo hacemos”. En un mitin, cara a la galería, queda estupendo. Ahora ya sabemos que ha podido hacerlo, pero que ni siquiera se ha pronunciado al respecto. El conocido ‘donde dije, digo…’

El sueldo de Pablo Iglesias como vicepresidente no era una bagatela, 79.746,24 euros anuales. Como para renunciar. Que bien se habla y cuán diferente se actúa. Este chico es incapaz de ser coherente consigo mismo, con sus presuntas ideas, con sus presuntas intenciones.