Nada nuevo señalaría si dijese que el espectáculo que nos brindan nuestros políticos en el parlamento es vergonzante. Sí, esa es la palabra. A cualquiera que lo vea le puede dar vergüenza que sus representantes públicos elegidos legítimamente se dediquen a proclamar de todas las formas de expresión posibles el insulto y la animadversión hacia el rival político.

Entre sus muchos argumentos tratan de “hacer política contra” el rival, casi hasta demandar su aniquilación. Lejos de escucharse, llevan un discurso aprendido que escupen con una vehemencia y un odio que impide crear un espacio de encuentro con quien no piensa igual. Han llevado a la política un concepto sanitario que, sin embargo, han usado poco para evitar el contagio en esta pandemia: “cordón sanitario”, pero en exceso para construir barreras que nos separen a los unos de los otros, hasta el punto de generar enfrentamientos, cuando la política debería ser una herramienta para crear puentes.

Los partidos políticos se han convertido en empresas privadas cerradas que, curiosamente, dependen de las subvenciones públicas y necesitan de los votos para sobrevivir, y a veces hasta del dinero de dudosa procedencia. Sus líderes no lo son por su carisma, ni por su experiencia o su trayectoria de hombres de estado capaces de construir un país, sino que asientan su liderazgo en la dosis de ego que albergan en sus actuaciones y actitudes. Son hombres (mujeres pocas) que han crecido mirándose en el espejo. No son hombres cultivados en el diálogo con quien piensa diferente. Quizá es un error que sean tan jóvenes y estén tan polarizados ideológicamente. Alguien debería enseñarles a leer la historia, pero la página completa, no solo el párrafo que interesa llevar al discurso para enarbolar las emociones pasajeras y el consecuente voto con más tripas que razón.

Los partidos políticos se han convertido en empresas privadas cerradas y sus líderes no lo son por su carisma, ni por su experiencia o su trayectoria, sino que asientan su liderazgo en la dosis de ego que albergan en sus actuaciones y actitudes

En política se ha desvirtuado el lenguaje de manera escandalosa. Al nombrar palabras a la ligera las han adulterado y han hecho que pierdan significado, valor y profundidad. Ahora cualquiera es fascista, corriendo el peligro de olvidar o trivializar lo que el fascismo produjo en la Europa del siglo XX. Lo mismo hacen con otras… ¡con lo que nos costó la libertad! y lo poco que la empezamos a valorar, porque la ningunean con el lenguaje… y así muchas más.

Y ahora, después de esto, díganle a un maestro que en la escuela, la institución que introduce a las nuevas generaciones en el entramado social, forme a las nuevas generaciones para el diálogo con todos, el instrumento más válido y necesario para seguir construyendo una sociedad diversa. Pídanle al maestro que eduque para la igualdad, para la paz, mientras nuestros políticos viven en la confrontación constante, siembran odio y pronuncian discursos xenófobos en el espacio en el que estamos representados todos los españoles.

Exíjanle al maestro que cultive en el alumno la competencia social y cívica, haciendo que el alumno aprenda a escuchar al otro, a ponerse en su lugar, a ser sensible a las necesidades de los demás. Culpen a la escuela si no consiguen sus objetivos de educar a los alumnos en valores como la responsabilidad, la verdad, la honestidad, el respeto, la solidaridad, la gratitud, etc…

Quizá ha llegado el momento en que todos pongamos nuestro propio pin. Sí, pero no el parental, sino el “pin ciudadano” frente a la mala educación que reina en el mundo de la política y en las instituciones representativas de este país. Y por desgracia no es solo educación, es que cada vez están más lejos de los problemas reales de los ciudadanos.