A nadie en su sano juicio se le ocurre ubicarse en cualquier punto del espacio casi infinito que media entre Hitler y Ana Frank. Entre el nazismo genocida y los judíos exterminados en las cámaras de gas. Mucho menos situarse en el punto equidistante entre el tirano y el inocente internado en el campo de concentración Quien lo haga ha perdido el juicio o es un criminal por lo que su juicio no es sano. Así todos decimos “soy el judío asesinado, no el nazi asesino ni alguien situado en un punto intermedio o, mucho menos, equidistante”.

Por la misma razón, salvo bajo la premisa de la sinrazón de una mente criminal, nadie en su sano juicio puede ubicarse en ningún punto intermedio entre los dirigentes soviéticos de turno y los ciudadanos aniquilados por el estado comunista o enviados a morir al Gulag. Que parte de la intelectualidad europea de la segunda mitad del siglo XX, fundamentalmente la francesa de Sartre, se negara a ver lo que ocurría más allá del telón de acero o aún lo justificara tras el testimonio brutalmente demoledor de Aleksander Solzhenitsyn, no debe impedir que digamos “soy la víctima en Siberia, no Stalin en Moscú”. En la China comunista de la Revolución -con oprobio llamada “cultural”-, soy uno de entre los sesenta millones de asesinados por el comunismo y no Mao. En Camboya, donde proporcionalmente se produjo el mayor genocidio que se conozca “soy uno de los asesinados por el delito de llevar gafas, por lo que se supone que las utilizo para leer, y no uno de los asesinos Jemeres rojos de Pol Pot”.

En la España de las heridas siempre abiertas, a estas alturas del siglo XXI, cada uno deberíamos tener claro que “soy Calvo Sotelo asesinado y no los escoltas de Indalecio Prieto que lo asesinaron; soy al que sacaron de su casa para darle el paseíllo y fusilaron contra la tapia del cementerio o tiraron en una cuneta y no el falangista que dio el chivatazo o apretó el gatillo; soy el joven seminarista que yace en Paracuellos y no el gobernante que dio la orden de los miles de asesinatos; soy el policía que murió por el mero hecho de ser policía y no el miembro del FRAP que lo acuchilló; soy el abogado del despacho de la calle Atocha asesinado con vesania y no el criminal fascista que disparó; soy cada una de las víctimas de ETA y no uno de los asesinos de la banda terrorista”.

Y si tuviéramos todo esto tan claro como debiéramos, esta semana no tendríamos dudas de que en democracia la calle no es de nadie en concreto más de lo que lo es del resto de los conciudadanos, si quiero acudo a un mitin y si no quiero no lo hago pero respeto, amparo y protejo a los que libremente acuden, aunque piensen distinto de como yo pienso. De que el delito de odio es más reprobable por ser odio que por ser delito. Así que esta semana, todos los que estemos en nuestro sano juicio deberíamos decir “soy un seguidor de Vox, no quien los apedrea o limpia con lejía el lugar donde antes estuvieron ellos”. No cabe la equidistancia entre acosado y acosador.

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