Pese a las guarderías y a que los niños nos criábamos en la calle, mi madre necesitó de la inestimable ayuda de una señora que le ayudaba con la casa mientras ella trabajaba. La señora Gracia vivió con nosotros hasta el día en que se jubiló, así que cuando la familia viajaba al pueblo zamorano de los abuelos, ella se apretujaba en el Volkswagen escarabajo como uno más.

Era de Almadén de la Plata, uno de esos pueblos andaluces de infinitas casas encaladas que resplandecen en medio de la sierra, y cuando vio por vez primera la pequeña aldea con casas de barro y tapial, los palomares y las paneras a medio derruir, dejó escapar un desolador “señora, que digo yo que si estos pueblos se quedaron así por culpa de la guerra”.

Han pasado cerca de cuarenta años y Tierra de Campos ya no es lo que era. Aquella llanura infinita de dorados campos de cereal, entremezclados con alguna tierra sembrada de verde alfalfa, parece condenada a la extinción. Igual que sucede con las cabinas de teléfono y los jerséis tejidos a mano de lana de la buena, de la de antes, y no del acrílico de coloridos colorines que se vende ahora y que proporciona menos calor que envolverse en papel de periódico.

Basta darse una vuelta por esos antiguos campos de terrones destripados y barrial, para descubrir a ambos lados del camino interminables hileras de cultivos arbóreos de cáscara y hueso: olivos, manzanos, almendros y pistachos donde antes sólo crecía la cebada cervecera. Pero qué no cunda el pánico, la producción de cervezas artesanales sigue a buen ritmo.

Villalpando cuenta desde hace poco con la primera procesadora de almendras y pistachos. Y todo son beneficios. De una parte, se aprovechan los frutos secos, que cotizan a buen precio porque son de mayor calidad que los de otra procedencia

Villalpando cuenta desde hace poco con la primera procesadora de almendras y pistachos. Y todo son beneficios. De una parte, se aprovechan los frutos secos, que cotizan a buen precio porque son de mayor calidad que los de otra procedencia. Mientras que las cáscaras se destinan a los nuevos sistemas de calefacción de pellets.

Año a año se ha aumentado la producción de viñedo de la variedad prieto picudo, o albarín para la uva blanca, que están dentro de la denominación de origen Tierra de León. Gordoncillo, Valderas o Roales de Campos, son el vivo ejemplo de la ampliación de bodegas y de la creación de vinos de cueva que están revitalizando la vida en la comarca.

Una comarca que sigue apostando por la alubia, la lenteja pardina o el garbanzo de tierra de campos. Y como no, por su buque insignia: el queso de oveja. Un queso de oveja que regresa a sus orígenes, a una producción familiar, artesanal, al modo tradicional y ecológico.

La metamorfosis terracampina no es sino una tendencia planetaria, que obedece a reajustes forzosos en la producción alimentaria. Un obligado regreso a lo natural, del campo al plato. El viejo renovarse o morir, si vale para el rock, también para el mundo rural.

Y todo lo anterior, a pesar de algún reaccionario. De esos a los que, después de pasar la luna de miel en Egipto, les debió de gustar tanto el desierto, que desde entonces sueñan con convertir a España en eso mismo: en un desierto lleno de camellos. Pero de los de cuatro patas, porque de los de dos, según asegura la Guardia Civil de Algeciras andamos más que sobrados.

Estados Unidos presume de Green New Deal, y la Unión Europea alardea de su Pacto Verde europeo. Lo que viene a ser, un cómo poner freno a este caos climático global mediante el retorno a una política agrícola común que fomente una alimentación saludable, que de paso sirva para acabar con esta plaga de obesidad y sus enfermedades derivadas.

Israel y la muralla forestal de China, la península arábiga y el cinturón verde marroquí, además de la descomunal apuesta africana. Esa gran frontera arbórea que, desde el Sahara hasta Eritrea y a través de los once países que conforman el Sahel, pretende luchar frente a la degradación de los suelos y al avance imparable del desierto. Más árboles, más vida.

De no habérsela llevado el demonio del Alzheimer, hoy la señora Gracia sería incapaz de reconocer la comarca de pueblos de adobe y campos de tierra. Porque ahora es una comarca renovada, a la que el genio de Miguel Hernández y la voz de Paco Ibañez, podrían cantar terracampinos de Zamora, aceituneros altivos, decidme en el alma, quién, quién levantó los olivos.

(*) Ganadera y escritora