Es lo que tiene cuando se abre una grieta en el muro de un embalse, que cuando brota agua se convierte en torrente que arrasa lo que pilla. Ojo con la fiebre de las fotovoltaicas, que el prometido maná si cae del cielo sin control puede cubrir todo lo que se mueve y tras la helada asesina convertir el horizonte en farfolla. Zamora está en el ojo del huracán de la febrícula que busca enlatar la energía del sol y cientos de proyectos aletean por ahí, buscando firma de autor y terrenos que ocupar, aunque sean montes públicos, parcelas de labor, florestas de pinos (algunos plantados con subvenciones públicas) o ralos encinares.

No está Zamora para desaprovechar caramelos, está para agarrarse a lo que sobresalga con tal de evitar despeñarse por un pozo sin fondo llamado futuro. Esta provincia tiene lo más importante –y lo menos valorado por una sociedad virtual y fatua-: terreno contante y sonante, y explotarlo es su obligación, pero no a cualquier precio.

Instalaciones fotovoltaicas sí, pero no a costa de terrenos agrarios, de labor, que quedarán décadas inundados de silicio que ya veremos a ver quien retira. No a metalizar los cascos urbanos ni a encadenar ríos y arroyos, no a arrancar árboles ni a robotizar la naturaleza salvaje y la biodiversidad.

La Administración tiene la obligación de controlar un movimiento especulativo que va a más y al que, seguro, se engancharán grandes compañías, pero también inversores de distinta solvencia y condición que pueden dejar un rebufo pringante si el negocio no es tan rentable como cantan las 3.000 horas de sol al año que, ojo, solo generarán energía cuando abra el grifo la compañía compradora que toque.

Que nadie atropelle intereses agroalimentarios o medioambientales que son la columna vertebral de esta tierra, que nadie intente engañar a los propietarios de terreno prometiendo el paraíso sin explicar que el IBI rústico no tiene nada que ver con el industrial y la correspondiente cotización a Hacienda. Estamos hartos de que los listillos de turno nos pasen a firmar contratos que no entendemos.

Claridad, aplicación sin saltar una coma de la normativa, utilización de espacios baldíos y eriales y una tarifa favorable (o discriminación positiva) para que puedan instalarse empresas en el ámbito rural. Entonces, con estas condiciones, sí a los huertos solares y “huertillos”.