La noticia del Premio de las Artes de nuestra comunidad al escultor zamorano José Luis Alonso Coomonte me abre el surco del recuerdo de una canción popular castellana referida a la herramienta agrícola por excelencia: el arado, apero de labranza que dicho escultor (con el antecedente del famoso yugo de cruces) utilizó para crear una impactante corona de espinas, que trenza el sufrido trabajo en el campo con el punzante tormento del Señor. Acertada inspiración, algo propio de un artista que conoce el alma de la gente que ha venido labrando la tierra, desde siglos, con la herramienta que caracteriza la tarea más dura y sacrificada; ya lo dice el refrán: “El buey tira del arado, mas no de su agrado”. Y añado este otro: “No hay tierra tan brava/ que resista al arado/ ni hombre tan manso/ que quiera ser mandado”.

Aún vive gente que tuvo que arar como se vino haciendo desde hace cuatro mil años. Ahora la maquinaria agrícola alivia grandemente lo que antes era como hacer los renglones a mano para escribir la Biblia entera de la cosecha anual. Y mucho peor, ya que no solo era preciso tener tiento en lograr surcos hondos y bien parejos, sino oprimir también la reja contra el suelo para que la siembra fuese después el dorado bosque de espigas que reluce en verano. Refranes no faltan: “La arada y el arado requieren hombre bien alimentado”.

Y volviendo a la canción popular a la que hacía mención al comienzo de estas letras, dice así: “El arado cantaré/ de piezas lo iré formando/ y de la Pasión de Cristo/ misterios iré explicando”

Ya vemos que la catequesis rural no anda con rodeos teológicos para instruir. Hoy llamamos a eso en la escuela, contextualizar el mensaje, motivar el aprendizaje desde la experiencia del alumno, etc. Pero nada hay nuevo bajo el sol, del que estamos bien servidos en Castilla.

También el Señor, como buen maestro, utilizó la terminología agrícola en sus Parábolas, y agrícola también es el alimento eucarístico, transustanciado en las especies del Pan y el Vino. Productos que dan nombre a dos comarcas de la provincia

La canción sigue:

“ La cama será la cruz/ la que Dios tuvo por cama/ el que llevare su cruz/ nunca le faltará nada”. Y continúa la copla piadosa:

“La esteva será el rosario/ que Jesús iba rezando/ desde el palacio de Anás/ hasta la cruz del Calvario”.

La esteva, con diferentes nombres según lugares o comarcas, es el “manillar” del arado con que el labrador conduce los animales y dirige el surco.

“El timón que hace derecho/ que así lo pide el arado/ significan las caídas/ que Cristo dio hasta el Calvario”.

Queda claro, que la vida del labrador y la de Cristo soportan el peso de una viga común: la del arado y la cruz. También el Señor, como buen maestro, utilizó la terminología agrícola en sus Parábolas, y agrícola también es el alimento eucarístico, transustanciado en las especies del Pan y el Vino. Productos que dan nombre a dos comarcas características de nuestra provincia.

No me canso de escuchar este romance del ciclo litúrgico de Cuaresma, cantado por Joaquin Díaz con temple de voz muy adecuado para transmitirnos esa simbiosis de calle y catequesis, de copla y oración, donde encaja este remate:

“Padres los que tenéis hijos/ y habéis oído el arado/ atended a sus enseñanzas/ y procurad educarlos”.

Existen más canciones que, como la anterior, reflejan catequesis ingeniosa a partir de algo aparentemente tan alejado de lo religioso como el juego de cartas de la baraja. Y aunque no haya espacio aquí para transcribir las doce estrofas, vamos a poner alguna para hacernos idea del método tan directo y pedagógico en una lección impartida con recurso de dibujos al alcance de cualquiera, los naipes.

No deja de ser curioso que el paso: “Camino del Calvario” de la cofradía de Jesús Nazareno, el vulgo lo apellide como “ el cinco de copas”.

Así que vamos a la canción de la baraja que empieza así:

“La baraja de los naipes/ niña te voy a explicar/ para que de Dios te acuerdes/ cuando vayas a jugar”

Pongamos que nos dan de mano una carta del cinco: “ En el cinco considero/ que serán las cinco llagas/ las que traspasan a Cristo/ aquella divina espalda”.

Las estrofas se suceden al hilo de los números de cada palo, conformando una variante popular del viacrucis. Así reza la penúltima:

“ En el Rey yo considero/ humilde y manso cordero/ que amarrado a una columna/ muerte inhumana le dieron”.

No se puede decir más, con menos. Y si se preguntan qué papel, en este caso, se le atribuye a la sota, vean cómo el romance libera una figura cargada de prejuicios:

“En la sota considero/ que es una mujer piadosa/ que con su mano lavó/ a Jesús su cara hermosa”.

Sin duda nos lleva a pensar en María Magdalena.

Tanto la canción del arado como la de los naipes, y otras que no podemos aquí narrar por cuestión de espacio, denotan la perenne conexión del campo con el templo, de la religiosidad popular con el vivir cotidiano, haciendo simbiosis musical entre el canto de calle y el de iglesia, costumbre muy ibérica, como apunta Joaquín Díaz.

“La baraja de los naipes/ ya la tenéis explicada/ toda la Pasión de Cristo/ con su madre soberana”.

Para concluir, pongo un estrofa de mi tonada preferida, con tema de Pascua, procedente de Sanabria:

“ ¡Viva Dios que nunca muere/ y si muere resucita/ viva la mujer que tiene/ la cintura delgadita!”. Candor, sutileza, devoción, alegría...

El pueblo tiene la última palabra, y el último baile al Señor se lo dedica, porque al cabo resucitó y fue una mujer la primera testigo.