Culmina una Semana Santa insólita. Ya es un hecho histórico que, en dos años consecutivos, una pandemia mundial haya impedido la celebración de las procesiones. El pasado 2020, la Semana Grande de Zamora desapareció de las calles, vaciadas por causa del confinamiento. Este año, una mayor laxitud, pese a las restricciones a las que aún obliga la situación sanitaria, ha permitido un ambiente radicalmente distinto, aunque sin la brillante celebración que convierte a Zamora en uno de los puntos de destino elegidos por decenas de miles de personas durante la Semana Santa.

Solo el aspecto de las calles, repletas de gente, aunque con mascarillas y, la mayoría, respetando las distancias de seguridad y otras normas, anuncian lo que esperemos no sea un mero espejismo: que lo peor del COVID-19 ha pasado, de forma que podamos, el año que viene, regresar a la participación masiva que despliega la Pasión zamorana. Cientos de personas han hecho largas colas pacíficamente a la puerta del Museo de Semana Santa, que ha abierto sus puertas de forma gratuita durante las fechas. En las iglesias se han llevado a cabo oficios religiosos con las imágenes de mayor devoción de los zamoranos presidiendo las ceremonias, siempre restringidas al aforo permitido. Más de 2.000 personas pasaron a lo largo del Miércoles Santo para contemplar de cerca al Cristo de las Injurias sobre su mesa procesional en la Catedral de Zamora. Centenares acudieron a visitar a la Esperanza en la seo y a la exposición de Nuestra Madre de las Angustias en San Vicente. Si la procesión no va, allá que fueron los miles de fieles, que cambiaron las estampas de los desfiles por los “selfies” ante los pasos de Semana Santa. El hidrogel parecía haber sustituido el agua bendita y los coros han cantado detrás de las mascarillas.

Habrá que esperar un año más para ver en qué se traduce la incidencia de la pandemia. A juzgar por esas colas de gente a la espera de ver pasos o proyecciones de procesiones, puede decirse que la ilusión se mantiene

Una “nueva normalidad” que ha permitido un pequeño respiro a parte de la hostelería zamorana, los restaurantes y bares con terraza, sobre todo, y un poco al comercio. Aunque se trate de un parche en una debacle sin precedentes. El tiempo dirá, en breve, si todo ha transcurrido con la mayor seguridad, para evitar repuntes peligrosos del coronavirus que trastoquen la mejoría sanitaria y el asentamiento de la economía, dos conceptos que van inevitablemente unidos.

Las cifras de transmisión en Zamora se mantienen bajas, en estos momentos, aún en medio de una tendencia al alza de la que ya ha avisado la Junta de Castilla y León, que, desde mañana, lunes, revisará en todas las poblaciones cuya tasa de contagio supere los 150 casos por 100.000 habitantes, con el fin de endurecer restricciones y evitar una nueva propagación que se superponga a los planes de vacunación, aún a un ritmo demasiado lento, sobre todo en la provincia zamorana.

Pero, de alguna forma, lo sucedido en la peor crisis de la Humanidad en los últimos cien años, tendrá su repercusión en la concepción y el desarrollo de la Semana Santa zamorana. Así se ha venido produciendo desde los inicios de la celebración. Todos los cambios sociales y económicos han tenido su traducción directa en una celebración que, a primera vista, pareciera repetirse año tras año sin variación. Nada más lejos de la realidad.

La Semana Santa de Zamora es una tradición arraigada, pero que no puede sustraerse del devenir del contexto en el que se desarrolla. Y así, si se repasa la historia, encontramos ecos del ascenso de la burguesía en la revitalización de la Semana Santa a finales del siglo XIX, cuando el alcalde y fundador de El Correo de Zamora, Ursicino Álvarez, abre la celebración a lo que en el futuro será el turismo con las primeras promociones de la Pasión zamorana. La decadencia caracterizó el primer tercio del siglo XX y tanto la Guerra Civil como la posguerra dejaron su propia impronta. El renacimiento vivido en la España confesional de los años 40 tuvo su punto de inflexión en los años 60 y 70. Una época de especial precariedad para las cofradías de Semana Santa de Zamora que vieron cómo la emigración despoblaba sus filas y los pasos debían adaptarse a ruedas por falta de cargadores.

La Semana Santa que hemos conocido hasta la llegada del coronavirus es la heredera de los años de bonanza de finales del siglo XX, con la incorporación de nuevos pasos, y de un periodo de esplendor, siempre con el hecho religioso de fondo, pero alentado por la exaltación del hecho cultural que, a la postre, cristalizó en la declaración de Interés Turístico Internacional en 1986, cuando solo otras cuatro en toda España tenían tal distinción y el marchamo obligaba a cumplir unos requisitos muy exigentes. Hoy, la Semana Santa de Zamora en su conjunto, y la del Viernes Santo de Bercianos de Aliste son, además, Bien de Interés Cultural.

Pero ya a principios del sigo XXI y, sobre todo, a raíz de la crisis económica de 2008, la reflexión generalizada era si la Semana Santa de Zamora habría “tocado techo”. El aluvión de los años 90 del pasado siglo supuso un auténtico revulsivo. La más antigua de las cofradías, la Vera Cruz, pasó de 300 hermanos a más de mil en 1991. Actualmente se acerca a los 2.500 tras poder incorporarse las mujeres. Aún así, no deja de ser sintomático que no se recurra al cupo cerrado, como hacen otras cofradías, y que esté abierta la posibilidad de convertirse en cargador de uno de sus once pasos.

Y es que la despoblación y el envejecimiento han llegado a la Semana Santa. La Hermandad del Yacente recurrió, años atrás, a la creación de la figura del “hermano emérito” para poder abrir a la participación de generaciones jóvenes en una lista de espera de decenas de años. Estos días de atrás, el presidente de la Hermandad de Penitencia, la popular “Capas Pardas” aventuraba problemas parecidos en una procesión cuyo aspecto estético se basa, justamente, en la limitación de cofrades. En cofradías como las dos anteriores, con una edad media alta, el COVID-19 puede causar estragos en las próximas procesiones. A ello habrá que sumar la repercusión económica. Es frecuente en Zamora pertenecer a más de una cofradía. Pagar varias cuotas en una misma familia, acuciada por la necesidad, obligará a establecer prioridades, necesariamente.

Una parte del problema puede estar resuelto al haberse abierto ya la inscripción de mujeres en todas y cada una de las cofradías, bien de motu proprio o por decreto del obispo. Una de las anacronías que mantenía la Semana Santa queda resuelta y, de paso, puede contribuir a que las filas no se vacíen. Todo ello, contando con que entre quienes lleven más tiempo en lista de espera no haya decaído el interés, porque la tradición semanasantera, que viene a ser como un rito de iniciación a la edad adulta, hay que cultivarla desde la infancia y propiciar la entrada en la adolescencia más temprana para fortalecer los vínculos. Habrá que esperar un año más para ver en qué se traduce la incidencia de la pandemia. A juzgar por esas colas de gente a la espera de ver pasos o proyecciones de procesiones, puede decirse que la ilusión se mantiene. Harina de otro costal será abordar otro de los retos pendientes de la Semana Santa zamorana para no perder la esencia que la mantiene viva en el tiempo: hallar el equilibrio entre la seña de identidad sociocultural y la vivencia sacra que convierte la Pasión zamorana en algo único.