Nunca he ocultado mi admiración por Pedro Casaldáliga, religioso, escritor, poeta, ligado a la ‘Teología de la Liberación’. Sobre todo en estos días, me viene a la memoria una frase de aquel religioso valiente: “Es fácil llevar a Jesús en el pecho, lo difícil es tener pecho, coraje para seguir a Jesús”. Una verdad incuestionable. Llegado este tiempo, cuánto nos gustan las medallas, los galardones, las distinciones, los reconocimientos. Y si la cara de la medalla que nos entregan o nos imponen lleva al Cristo o a la Virgen de nuestra devoción, y en la cruz el símbolo de la cofradía, mejor que mejor. En unos casos sirve para reconocer al hermano de paso, pero puede que, dependiendo del color del cordón, distinga a los presidentes, a los hermanos mayores de cofradías y hermandades. Son los que públicamente llevan a Jesús en el pecho. El deber así lo exige

Cabe desear que ese mismo pecho se preste a llevar a Jesús por devoción, no por obligación. Que todos y cada uno de los que se prestan a procesionar acompañando a los distintos pasos, lo hagan, con el coraje necesario para seguir a Jesús. Hay medallas e incluso cruces que se llevan en el interior, que son parte de uno mismo, que se necesita llevar cerca del corazón y que son el bálsamo al que se recurre, cuando vienen mal dadas, cuando lo más importante, la fe, flaquea, cuando se permanece mientras los demás abandonan. Cuando la duda asalta y el miedo muerde.

Dos años sin procesionar son tiempo más que suficiente para darle una vuelta de tuerca a lo que es y a lo que representa la Semana Santa. Y tener el coraje suficiente, el coraje de Casaldáliga, para reconocer el hecho que se conmemora y dejarnos de la típica y tópica diatriba entre el ‘hecho cultural’ y el ‘hecho religioso’. Sólo hay una gran verdad. Ni triunfalistas, ni derrotistas, simplemente hay que volver a Jesús de Nazaret. Sostenía Casaldáliga que “el seguimiento es la mejor definición de la espiritualidad cristiana, el seguimiento de Jesús con la opción por los pobres, el dialogo abierto, la solidaridad…”.

Algo parecido a lo que la Iglesia hace desde Cáritas, el bien sin mirar a quien. Algunos cristianos cuestionan esa forma de proceder si el quien es de una raza o una etnia que no les conviene. La Iglesia no se puede permitir distinciones. A los ojos de Dios todos somos iguales. Sólo que unos son capaces de tener pecho para seguir a Jesús mientras otros, simplemente, lo llevan en el pecho, como el que lleva un collar.