Ante la amenaza constante de una cuarta ola, sólo nos queda rezar. ¿Cuánto más tendremos que aguantar? Llega a nuestras vidas, para causarnos dolor, desesperación y muerte, un enemigo invisible, un virus que nos ha robado la Semana Santa, aunque bien es verdad que ningún virus, por letal que sea, podrá acabar con nuestra Semana Santa. Nos lo ha quitado casi todo, pero nos ha dejado la oración, el tú a tú con Dios. Cuando somos más auténticos, cuando somos nosotros mismos.

Este año tampoco hemos podido escuchar la palabra que desgrana la voz del pregonero. Esos momentos, a veces únicos, cargados de sentimientos, de vivencias, de instantes que se convierten en oración, unas veces en verso, otras en prosa para, públicamente, expresar desde un atril el amor, la pasión, la entrega, también la reivindicación, tan necesaria en nuestros días, poniendo en valor un trabajo de muchos meses. La del pregonero es una forma de rezar en público, desde el altavoz que le proporciona el atril de heraldo gozoso de un hecho: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, en el marco del momento litúrgico más importante en el catolicismo.

Es conveniente disponer de tiempo para rezar, para hablar con Dios, para expresarle todo lo que llevamos en los adentros. Nuestras inquietudes y nuestros anhelos, nuestros miedos y nuestras preocupaciones. A veces son tantas, que empañan el horizonte y no nos dejan ver más allá. Trabajo y pandemia se llevan la palma. De ahí la importancia de rezar. O como reconoce nuestro Obispo, don Fernando Valera, la fe en Dios es la mejor forma de afrontar estos males que nos preocupan y todos los demás que nos puedan llegar asociados a las preocupaciones actuales o a otras nuevas, nunca se sabe.

Me gustó, como gustaron a todos los asistentes al ‘Pregón de Pregones’, las palabras de clausura de don Fernando. Y frente a los descreídos, a los que pasan, a los renegados, a los incapaces, a los que todo se lo dejan a Dios, el señor obispo se encargó de recordarnos, en medio de esa plegaria que se me antojaron sus palabras, que “El amor de Dios no protege de ningún sufrimiento, pero protege de todos los sufrimientos”. Una gran verdad. Precisamente, gracias a Él tenemos abundante consuelo, siempre que no nos cerremos, que no pongamos entre Dios y nosotros eso que los políticos llaman ‘cordones sanitarios’.

La Semana Santa ha vuelto a quedarse sin procesiones, pero no sin oficios religiosos, porque siempre podemos rezar, solos o en compañía. Y en una última plegaria pedir a Jesús y María que nos liberen pronto de las cadenas de la pandemia.