Estoy escuchando de nuevo las grabaciones que la familia de Vicente Granados ha depositado en el Museo Etnográfico de Zamora y que recogen las voces de Manolito de María, Anzonini, Joselero, Antonio y Curro Mairena, Fernandillo de Morón y la guitarra de Diego del Gastor, Eduardo de la Malena, entre otros. Espero que alguna institución andaluza, como el Centro Andaluz de Flamenco o la Universidad de Sevilla, se haga eco de este material y colabore con la Junta de Castilla y León para recuperar todo este archivo y darle la difusión que se merece.

Digo esto porque me he puesto a escuchar a Manolito de María con Diego del Gastor a la guitarra en una grabación de los años sesenta. La voz parece que proviene de un santuario del cante, y, efectivamente, así es, pues se escucha en un cuarto que Donn Pohren tenía en la Finca Espartero, en Morón de la frontera, donde se celebraban fiestas fundamentalmente para visitantes americanos, pero donde también acudían artistas deseosos de escuchar y aprender. ¡Cuánto misterio se atesoraba en estos cuartos! Eran plegarias dirigidas al cielo aquellas voces con un metal único.

He participado en fiestas con alguno de estos artistas de artistas, de los que se conservan grabaciones sueltas, y comprendo que aquello era un lujo casi inalcanzable, momentos sublimes con Orillo, Anzonini, Paco Valdepeñas o Antonio El Marsellés, permanecen de forma indeleble en mi recuerdo y me traen a la memoria estos versos de Claudio Rodríguez, de su poema “Alto jornal”: “Dichoso el que un buen día sale humilde/ y se va por la calle, como tantos otros/ días más de su vida, y no lo espera/ y ve, pone el oído al mundo y oye,/ anda, y siente subirle entre los pasos/ el amor de la tierra, y sigue, y abre su taller verdadero, y en sus manos brilla limpio su oficio, y nos lo entrega/ de corazón porque ama”. Así eran estos personajes que llegaron incluso a convivir con la miseria. En mi hambre mando yo, repetía Chocolate. Y Manolito de María, que vivía en una cueva en la subida al castillo de Alcalá de los Panaderos, salía de su humilde vivienda siempre dispuesto a entregar todo lo que atesoraba a cambio de muy poco. ¡Qué alto jornal!

Todo esto me ha venido a la memoria al escuchar el cante de Manolito de María en la cinta conservada en el Museo Etnográfico de Zamora, una joya única que es necesario rescatar y darle la difusión que se merece

En una ocasión vino para ilustrar una conferencia mía El Lebrijano y durante los dos días que estuvo en Zamora, dedicamos una mañana a escuchar a Manolito de María y a Juan Talega. Su obsesión era localizar dónde respiraban al ejecutar el cante, porque decía Juan que aparentemente estaban asfixiados, sin embargo no localizábamos las pausas para respirar, tal era la perfección de su técnica, pues su cante aparece seguido, sin fisuras, de forma natural, sin estridencias.

A finales de los años sesenta y primeros años setenta, yo era asiduo de la Feria de Sevilla, aún en el Prado de San Sebastián. La caseta de Alcalá, llamada Cortijo Oromana, era mi lugar de reunión al que solía ir con Antonio Mairena y su hermano Curro.

Manolito Granados, gran aficionado al flamenco, era entonces el alcalde de Alcalá, persona afable en el trato, con el que mantuve una buena relación pues los dos habíamos estudiado en la Universidad de Salamanca, algo que en principio facilitó el contacto, aunque, en verdad, lo que más nos unía era nuestra afición por el flamenco. Quiso entonces el alcalde recrear un cuarto de cabales en aquella caseta de tanto arte con un cuadro flamenco cuajado de artistas de lo más granado de entonces. Cuatro mujeres mostraban su arte, La Chicharrona, Juana la del Pipa, María Soleá y Luisa Torrán “La Margara”, acompañada de su hijo Dieguito, junto al Poeta de Alcalá, Nano de Jerez, El Chiva, un joven entonces cantaor de Las Cabezas, Juan Barcelona, que no sabía hacer nada, pero que era imprescindible en el escenario para mover a los artistas y, al final, la actuación de Antonio Mairena cantándole a Tía Juana o a La Chicharrona. Allí hubo momentos sublimes que nunca podré olvidar. Y Antonio metido en fiesta era único. Todo esto me ha venido a la memoria, repito, al escuchar el cante de Manolito de María en la cinta conservada en el Museo Etnográfico de Zamora, una joya única que es necesario rescatar y darle la difusión que se merece. Por eso apelo a las instituciones para que todo este material depositado en Zamora vea la luz y los buenos aficionados puedan disfrutar de él.