Desde la aparición en nuestras vidas del COVID-19, el perfil de las personas vulnerables ha cambiado tanto, hasta el punto de que cerca del 45% de personas que llaman a puertas como la de Cáritas, por citar un ejemplo, nunca habían tenido que recurrir a este tipo de ayudas. Es una nueva reedición de los pobres con corbata. Sólo que esta vez son más y la situación es mucho peor.

El plantel es impresionante. Trabajadores en ERTE, personas que se han quedado sin trabajo o con un empleo en precario, son solo algunos perfiles que han recibido ayuda en este año complejo, en el que se han multiplicado las necesidades básicas de alimentos y de higiene, por citar dos de los muchos puntales que sostienen la solidaridad, la caridad. A ello hay que añadir la brecha digital.

No tener medios o tenerlos muy limitados está a la orden del día en infinidad de hogares españoles. Desde que comenzó la pandemia las colas del hambre se han disparado por doquier. Sin embargo nuestra amada y nunca bien ponderada casta política sigue yendo a lo suyo, a quitar a este para ponerme yo, a sacarse de la manga mociones de censura, a censurar a todo lo que se menea a un lado y otro del espectro político. Un desastre.

Muchas de las personas que pasan frío y calor en las colas del hambre y la vergüenza son parejas con hijos y familias monoparentales a las que no les llegan los ingresos. Todo ello representa un desafío para las organizaciones que están realizando la labor que debería realizar el Gobierno. Organizaciones y entidades que redoblan esfuerzos para atender la elevada demanda actual, mediante el reparto de alimentos, ayudas para el pago de suministros y también a través de orientación laboral y formación para facilitar la búsqueda de empleo que les permita salir de la situación de precariedad en la que se encuentran.

La situación es terrible. Solo la propia sociedad civil y las organizaciones implicadas parecen darse cuenta del problema que tenemos encima. Los nuevos perfiles nos hablan de personas que nunca habían tenido que solicitar este tipo de ayudas. Casos de familias que se han encontrado con esta situación sobrevenida y sin capacidad de ahorro que no pueden hacer frente ni al más mínimo gasto.

Que en España, una monja franciscana de 85 años, por lo tanto ya jubilada, Sor Otilia, salga cada mañana a la calle con su hábito a repartir alimentos entre los más necesitados, haga frío o calor, sol o lluvia, nos puede dar una idea de la situación de pobreza extrema de miles de españoles.