¿Hay alguien capaz de asegurar que una gran concentración humana no ejerce de hilo conductor del COVID? ¿Existe algún estudio que pueda explicar que la movilidad de varios millones de personas, un determinado día, no va a facilitar la propagación de una pandemia? ¿Hay alguien que se atreva a afirmar que no vaya a haber una sola persona contagiada, el día 4 de mayo, durante las elecciones a la Comunidad de Madrid? No parece probable que exista algún insensato que se atreva a garantizarlo.

Un solo contagiado, un solo muerto, sería motivo suficiente como para haberlo pensado mejor. Para habérselo tomado un poco más en serio, antes de haberlas convocado. Pero la clase política no ha debido caer en ello. Se les ha antojado y lo han hecho, sin que las leyes y las normas lo exigieran, sin que los ciudadanos lo demandaran, sin que las circunstancias lo condicionaran. Pero a ellos, al parecer, esas cosas les tienen sin cuidado. Los contagios que se produzcan ese día serán simples efectos colaterales. Meros números que se incorporarán a los miles contabilizados hasta la fecha.

Los rostros de quienes así lo han decidido no reflejan ningún gesto de preocupación y no trasmiten ningún sentimiento. La clase política continúa impertérrita. Jugando a hacer y deshacer aquello que a ellos mejor les conviene. Importándoles un ápice los efectos a terceros, ya que su interés se reduce a defender sus prerrogativas y las de sus partidos. No se detecta ningún otro síntoma que pueda sugerir cosa distinta.

De esta manera se encuentran entretenidos: unos con el “juego de tronos” y otros haciendo prácticas de las cuatro cosas que han aprendido en másteres a los que no han asistido o en doctorados en cuyas tesis no han trabajado.

Para más inri, los medios de comunicación hablan de encuestas, de alianzas, de traiciones, pero ninguno dice nada sobre la frivolidad que supone haber convocado estas elecciones anticipadas. Mientras, los madrileños se preparan para no pagarlo demasiado caro. Especialmente los que no se sirven de la política, sino que la sufren. Algunos pasarán por la recepción de algún hospital, tras haber votado con buena voluntad en alguna parte.

El hecho de haber podido evitar un solo contagio, una sola muerte, debería haber sido motivo suficiente para haber descendido algún peldaño del podio del egoísmo. Pero han preferido seguir viviendo en un mundo irreal

Puede que haya llegado el momento de negarse a participar en tales festines, chacotas y chirigotas, montados por una clase política egoísta y desprestigiada. Una clase política, que lejos de dedicarse a solucionar problemas, parece disfrutar creándolos. Resulta patético observar cómo se está mercadeando con los votos, cómo se ofrecen cargos de consejeros, cómo se fomenta la práctica de cambalaches con senadores y diputados. Pero sorprendentemente, a pesar de ello, algunas empresas de demoscopia adelantan que va a aumentar el número de votantes con relación al de anteriores ocasiones. Si tales previsiones llegaran a cumplirse, sería una muestra más de que el viejo dicho de “tenemos lo que nos merecemos” no es un falso mantra, sino una verdad de las que llegan a doler.

A todo esto, la cuenta de las elecciones anticipadas, la pagará el pueblo, como no podía ser de otra manera. Unos veinte millones de euros costará la broma de apuntar con los dedos de la mano izquierda hacia el este o con los de la derecha hacia el oeste. Los alumnos perderán un día de clase, y las empresas reducirán cuatro horas su horario laboral para que los trabajadores puedan ir a bailarle el agua a quienes no han hecho méritos para ello. Menos mal que “nada de lo que sucede se olvida, incluso si ya no lo recuerdas” como decía la protagonista de la película japonesa “El viaje de Chihiro”, una niña caprichosa y mal criada, que llegó descubrir un mundo distinto al que ella conocía hasta entonces.

Este capricho de la clase dirigente supone haber pasado horas ensayando sainetes, para tratar de representar el esperpento que supone celebrar unas elecciones en las actuales circunstancias. Elecciones que se van a repetir tan solo dentro de dos años, que es cuando habría concluido la presente legislatura.

El hecho de haber podido evitar un solo contagio, una sola muerte, debería haber sido motivo suficiente para haber descendido algún peldaño del podio del egoísmo. Pero han preferido seguir viviendo en un mundo irreal: el suyo, que nada tiene que ver con el de la sociedad para la que dicen estar trabajando.