Con todo lo que está pasando en estos días de mociones de censura fracasadas, de transfuguismo, de compra/venta de consejerías, de compromisos firmados y al día siguiente revocados, de juicios al Partido Popular (PP) por el caso Bárcenas, de la financiación con dinero negro de su sede en Génova que ya lo reconoce el partido y por eso la quiere abandonar, con las declaraciones de máximos responsables del PP ante los jueces, etc., todo ello me ha recordado la obra más popular de Luis Vélez de Guevara, publicada en 1641. Para muchos es la más picante y animada de las sátiras en prosa de la literatura moderna.

El libro trata sobre un estudiante que saca al diablo de la redoma en que un mago le había encerrado y el diablo, agradecido, lleva a su libertador por los aires y va enseñándole uno por uno el interior de las casas, cuyos techos levanta como si se tratara de casas de juguete, y así pueden contemplar a sus habitantes en la mayor intimidad, tal como son, con todos sus vicios y cualidades.

Yo me imaginaba ser como un diablo cojuelo y entrar en las habitaciones donde se han reunido los personajes que han intervenido o lo está aún haciendo en los acontecimientos que describía al principio y descubrir lo que realmente se dijo y se tramó. Abrir sus cabezas y conocer lo que estaban pensando o trajinando. Ver cómo se llevaron las mafiosas reuniones para torcer voluntades.

Curiosamente, según se cita en alguna crítica, el llamado pastelón de Vélez de Guevara “se desarrolla, en parte, también en Madrid con su relleno de sabandijas racionales, desnudas y grotescas, visto por los protagonistas desde lo alto de la torre de San Salvador, al levantar el diablillo el hojaldre de los techos, y es una de las imágenes más inolvidables del barroco español. La visión de esa pepitoria humana de manos, pies y cabeza va indisociablemente unida a un estilo que explota al límite las posibilidades de la palabra y cuyo desbordamiento de equívocos, símiles y metáforas violentas constituye uno de los grandes atractivos de la novela”.

Curiosamente todos nuestros personajes actuales, que son un montón, sacan pecho cuando son cazados en su bellaquería y tienen explicación y justificación para todo. En España, la palabra en boca de ciertos políticos es el acto más despreciable y ruin que puede tener esta cualidad maravillosa del ser humano. Los ciudadanos que aún no están corroídos por la ideología partidista, que aguantan y justifican a los suyos, los miramos asqueados de tanta falsedad, de tanta zafiedad y de tanto caradura. Es la otra cara de lo que debe ser la política en el sentido más noble de la profesión.

El descaro mayor lo ha escenificado Toni Cantó que hace dos días salió indignado de la reunión del comité de Ciudadanos gritando que dejaba la política hasta que oyó el canto seductor de la presidenta de la Comunidad de Madrid

Algunos de estos “señores de la política” presumen de católicos ¿Cómo gestionan la mentira con su creencia religiosa? ¿Duermen tranquilos y se relacionan bien con sus familia y amigos? ¿Salen a la calle como si nada hubiera pasado? Curiosamente el señor García Egea se ha convertido, para el PP, en un gran negociador y de madrugada llamó al señor Casado y le dijo: Jefe, ya lo he solucionado todo. ¿Convenció a los trásfugas de Ciudadanos con argumentos éticos o se limitó a poner sueldos y prebendas suculentas sobre la mesa? Con tanto felón por medio ya se sabe la respuesta.

La fórmula de la moción de censura es políticamente correcta. Si algo se le puede criticar al PSOE es cómo se fió de un partido en descomposición como es Ciudadanos. Los hechos posteriores lo han demostrado con la huida de otros componentes de esta formación política. El descaro mayor lo ha escenificado Toni Cantó que hace dos días salió indignado de la reunión del comité de Ciudadanos, despotricando contra sus compañeros y gritando que dejaba la política hasta que oyó el canto seductor de la presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Se puede llegar a mayor nivel de incoherencia y tomadura de pelo? Pero el PP parece que se encuentra muy bien con tanto sinvergüenza en sus filas. No sé si sus votantes tienen las mismas tragaderas de sus dirigentes. Ellos sabrán.