Quizá una de las características que “adornan” al ser humano sea la soberbia, “Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”, según contempla el diccionario de la lengua española de la RAE; es decir, entre otros aspectos, creerse más “guapo” que los demás, el tener siempre razón, el no equivocarse nunca en la toma de decisiones en cualesquiera de los ámbitos en que actúe y tenga responsabilidades.

Y claro está, nada más lejos de la “dura” realidad. Tengamos presente que, lamentablemente, todo ser humano es imperfecto, limitado, finito, etc., de lo que debiera ser consciente para que actuara con los demás con humildad, con prudencia, contrastando pareceres, solicitando opiniones, con conocimiento de causa, y con el respeto y consideración que desea para sí mismo.

Por todo ello, y a poco que se reflexione, tendría que “encuestarse” cada uno, sobre el “equipamiento” de saberes, de conocimientos profesionales, del grado de madurez personal, de las aptitudes personales y profesionales, de las actitudes hacía la sociedad, etc., para obtener la “información y datos”, precisos e incuestionables, con los que “diagnosticar” su “estado” personal, en todos los aspectos, y adoptar, consecuentemente, la “medicación” y los comportamientos aconsejables para que su “salud” mejore día a día, minuto a minuto, segundo a segundo.

Y como la perfección del ser humano es “ad infinitum”, nunca podrá dejar de esforzarse para hacer sus tareas mejor, lo que implicará la satisfacción de las demandas, de las necesidades, de los deseos, de las aspiraciones, etc., de los destinatarios de las mismas, lo que contribuirá al fomento del bienestar general.

Y cómo no, la educación; como “base y columna vertebral” de un país mínimamente civilizado, moderno, responsable, solidario, justo, de Derecho, innovador, transparente, etc., tiene “todo que decir”, porque lo condiciona sobremanera en el talante y proceder de su ciudadanía; es, por, ello, “capital” para su óptimo buen hacer.

Y como la equivocación, dada la idiosincrasia del personal, es moneda corriente en la vida diaria, provoca disfunciones, anomalías, retrasos, perjuicios, daños, pérdidas de tiempo, etc., lo que a nadie le gusta soportar y, además, no tiene por qué, si las actuaciones se hicieran con un mínimo de profesionalidad, sentido del deber, responsabilidad, empatía, y “savoir faire”.

Así, si no se toma una decisión correcta, pues errar es de humanos, el reflexionar, el recapitular, la ponderación del interés general, la buena voluntad, etc., implicará la rectificación, lo que conlleva una mejora para todos y para todo. Y es que “rectificar es de sabios”, que diría poeta británico Alexander Pope, de inteligentes, de buena gente, y un larguísimo etcétera.

El “defendella y no enmendalla”; que afirma el conde Lozano en “Las mocedades del Cid”, de Guillén de Castro, obra teatral de principios del XVII, donde la Infanta Urraca y Arias Gonzalo están entre sus personajes, siempre ha tenido un pésimo predicamento en la sociedad, por contribuir a no mejorar, y sí a estropear, un comportamiento nefasto que, como todos, tiene repercusiones en los demás. Si “enmendalla y no sostenella” contribuye, pues, a una mejor solución de problemáticas, de respeto a los derechos de los demás, de óptimo aprovechamiento de recursos, de uso no arbitrario de potestades, en suma, a la felicidad de todos, que es lo que todos deben procurar, o no es lo que todos desean.

Y tengan en cuenta los políticos y directivos de las Administraciones Públicas que el ordenamiento jurídico les faculta para ejercer potestades discrecionales, por lo tanto debidamente motivadas, si no quieren que se las anulen los tribunales, sobre lo que se ha pronunciado con bastante jurisprudencia; de no ser así, con respeto a las leyes y a los derechos de los empleados públicos y ciudadanía, se incurriría en arbitrariedad, totalmente prohibida por la lógica y el Derecho.

Y por supuesto, la amantísima pareja, los simpáticos “compis”, y la siempre ponderada “family”, debieran aconsejar para no incurrir en errores que perjudican a los demás.

Y es que en esta vida hay que convivir haciendo “fair play”.

Marcelino de Zamora.