El sistema lingüístico tiene previsto cómo construir nuevos significantes (= palabras) para ir cubriendo necesidades de denominación cada vez que aparece algo nuevo. A todo lo que se inventa en el mundo de la técnica y la industria se le atribuye inmediatamente un nombre, una palabra con la que reconocerlo. El nuevo nombre suele nacer en el país de origen del invento y, poco a poco, va pasando como préstamo lingüístico a los demás países y lenguas del mundo, que lo van traduciendo (o adaptando fonéticamente) a sus usos y costumbres. Así viene ocurriendo desde el principio de los tiempos y así se va enriqueciendo y renovando el vocabulario. Eso ocurrió en español con palabras hoy tan usuales como láser, radar, escáner, o espanglis (que se suele escribir spanglish) y está ocurriendo con guglear (o googlear) cepeú (o el acrónimo cpu), chatear, etc.

Pero en el mundo de los sentimientos y del conocimiento abstracto el proceso es otro: la propia palabra, el discurso lógico (el discurrir razonando) nos lleva a veces a la conclusión de que hay zonas de lo que llamamos espíritu (término que hace referencia a un mundo pensado y no visto) en las que existen muchos huecos sin rellenar de palabras y significados. Pensemos, por ejemplo, en lo que significa “yo” y en el concepto de “egoísmo” que emana de nuestro cuidado por nuestra propia persona y lo que ella necesita o quiere. No lo llamamos en español “yoísmo”, sino que lo llamamos “egoísmo” porque “yo” en latín se decía “ego” y nos pareció oportuno “tirar de latín” para crear esa palabra. Al fin y al cabo, no es más que recurrir a la lengua madre, de la que casi todo procede, para cubrir una nueva necesidad y llenar un hueco con un nuevo vocablo. Así nacieron por un lado egoísmo y por otro “altruismo” (del latín alter que significa “el otro”) para nombrar el respeto, afecto y dedicación a los demás. En los tiempos que corren, y siguiendo esa misma línea creativa, el egoísmo se ha expandido al “nosotros” de modo tan manifiesto (sobre todo en la exclusión de los que no son “nosotros”) que cabría hablar con toda propiedad del nacimiento o consagración de nuevas idolatrías o egolatrías encarnadas en modos de “nostrismos” o de “nosotrismos” para referirse a estas formas de patriotismo (quién sabe si patrioterismo) excluyente que reduce las patrias, al menos en tamaño, a límites muy cercanos al ámbito familiar y doméstico. Las patrias se han empequeñecido de tal modo con este sentimiento “nostrista” que ninguneamos el sentimiento y concepto de Patria Grande, que siempre presidió los ideales nacionales, y nos dedicamos a ensalzar el de las “patrias chicas”, reduciendo el ámbito amoroso de la tierra a grados regionalistas, provincialistas o comarcanos que, irremediablemente, acaban en pueblerinos. Sí, tristemente, acabamos debatiendo con suma pobreza mental en ese afán de controlar el medio y, si se tercia, alcanzar subvenciones, privilegios y puestos de mando, que todo hay que decirlo y “de todo hay en la viña del Señor”. En resumen, nos vamos haciendo cada día individuos de más cortas miras que empobrecen su espíritu y engrandecen su miseria.

Sí, tristemente, acabamos debatiendo con suma pobreza mental en ese afán de controlar el medio y, si se tercia, alcanzar subvenciones, privilegios y puestos de mando

Cabe decir, con toda razón, que el egoísmo se ha expandido bajo el paraguas de la política en busca de rendimientos fiscales, subvenciones y sueldos fáciles y abundantes con forma de “Nosotrismo” (algunos lo llaman ‘identidad colectiva’) y que, al paso que vamos, el plural del pronombre de primera persona va a ser de mayores rendimientos económicos y sociales que el singular “yo” y, por tanto, más conveniente. Pensar en “nosotros” como nuevo sujeto de derechos, al que nos unimos para ver qué sacamos, no supone un nuevo tipo de altruismo en favor del vecino por ser vecino, sino una expansión del egoísmo hasta donde convenga, concentrada en el plural del pronombre utilizado como herramienta ideológica que no nos llevará mucho más allá de lo que captan nuestras narices, pues es el olfato, y no otro sentido de más alcance, el que guía esos pasos. Ese es el camino más directo en muchos casos para quien no busca el bien común sino ser el más poderoso y rico de su vecindad a costa de ese “nosotros”, que halaga e incluye a todos, al menos aparentemente, en el momento de la lucha, pero los excluye en el momento del reparto de ganancias. Ahí se concentra la mayor parte de los afanes regionalistas que, en el fondo y con demasiada frecuencia, son profundamente egoístas frente a los derechos e intereses de los demás.

Digamos, en resumen, que en el “nosotrismo” subyace el mismo vicio y engaño que en el egoísmo.

Y conste que no estoy hablando de política… Yo soy lingüista y, aquí, solo me atrevo a opinar acerca de cuestiones de lengua… Es a lo que he dedicado mi vida… Algo habré aprendido… Y, si lo he aprendido viviendo, también habrá en ello algo de vida… En el fondo, hablar de vida y política tiene mucho de lengua… No en vano es su espejo.