Dicen que murió Amable García Domínguez, pero yo solo sé que estuvo vivo. Me contó siempre de él mi padre, con el orgullo afligido que subyace en la remembranza de los ídolos que sobrellevaron magnos tormentos, que un consejo de guerra le había llevado a pasar varios años en la cárcel franquista, donde había conocido al poeta salmantino Marcos Ana, aquél al que el presidio dedujo 23 primaveras. Fue allí también, en la cárcel, donde Amable encontró al amor tenaz que le acompañaría al costado hasta sus últimos días, Pilar, pues la vida nos destella a veces otorgándonos los más meritorios presentes en la sordidez de las trincheras más inhóspitas.

Hombre de carácter sereno, pero tenaz, se afilió al Partido Comunista de España en 1945 y años más tarde a Izquierda Unida, llegando a formar parte de manera simbólica de la lista que encumbraría a Francisco Guarido hasta ocupar la alcaldía del Ayuntamiento de Zamora en 2015.

Presente siempre en las manifestaciones, en los mítines del partido o trabajando codo con codo junto a los sindicatos, Amable consagró toda su vida a preservar los valores de aquella izquierda batalladora que mamó desde la cuna y cuyo apoyo había llevado a su padre a ser fusilado por las tropas nacionales en Toro allá por 1936.

Creo firmemente que son vicisitudes como éstas, la orfandad impuesta con balas por los hacedores de la ideología antípoda, las que llevan a una persona a agarrarse con fuerza inusitada, con los dientes, a unas determinadas doctrinas ideológicas y morales y aborrecer hasta la extenuación las enfrentadas. Y es que nosotros, las personas, de forma más o menos consciente, revestimos con argumentos racionales aquellas convicciones que florecieron en nosotros como consecuencia de experiencias vitales, antes de llegar a acercarnos a ellas desde las bondades más o menos objetivas de sus postulados. Amable o su sobrino (mi padre), se identificaron en su origen con la izquierda porque su padre o abuelo había sido fusilado por las tropas nacionales despojado de sus vestiduras bajo el desamparo de una fría madrugada que desafiaba su total desnudez rota por los disparos y después, fueron armando, con el tiempo, mediante argumentos y eslóganes la plausibilidad de las ideas y las recetas de izquierda y ese odio exacerbado, voraz, hacia toda postura calificada como de derechas.

Yo, que nací en 1993 y he tenido la enorme suerte de jamás presenciar de cerca los horrores de una guerra fratricida, que desde niño entendí la historia de la muerte de mi bisabuelo como una fábula que me hablaba de un cosmos muy distante, no he podido sentirme identificado nunca con los machacones razonamientos con los que mi padre intentó en incalculables ocasiones acreditar la virtud de la ideología de izquierda.

Trabajemos todos de buena fe desde las diferentes posturas por mejorarnos las existencias los unos a los otros. Arriba la vida, abajo las banderas

Lejos de sus propósitos, la vehemencia con la que mi padre se esforzaba en acercarme a su pensar de forma tan reiterativa, solo consiguió apartarme de aquella corriente política para abrazar los postulados del orden político liberal que, huelga recordar, se antepone, entre otros, tanto al comunismo como al fascismo.

Me identifico con el liberalismo esencialmente porque considero que es la inclinación más certera para salvaguardar los proyectos vitales de los seres humanos frente a la apisonadora de aquellas oligarquías que dicen actuar en nombre de los intereses de la colectividad y de facto se comportan como lo que son, promotoras de sus intereses particulares; y porque de verdad estimo que éste, el orden político liberal, es el marco óptimo para que las personas (todas, con independencia de su género, raza, orientación sexual, nivel de renta de origen, etc.) alcancen un cada vez mayor nivel de vida a través de los mecanismos del libre mercado y el destornillamiento del actual armazón mastodóntico de nuestro Estado hacia un mínimo, estrictamente necesario, intervencionismo estatal.

No obstante, antes que todo aquello y en coherencia con lo que he expuesto más arriba, soy liberal a día de hoy, creo, por la rebeldía de aquel adolescente que no quiso ser lo que su padre procuraba que fuese.

Con todo, no deseo terminar este texto sin subrayar una idea, quizás un tanto inocente, que me recorre como un rayo en estos instantes en que me lees, y es que la defensa de ninguna postura política en el siglo XXI merece el más mínimo enfrentamiento entre las personas, mucho menos entre familiares, pues lo verdaderamente valioso en la vida son las personas y su bienestar y no las ideologías. Trabajemos todos de buena fe desde las diferentes posturas por mejorarnos las existencias los unos a los otros. Arriba la vida, abajo las banderas…

Dicen que murió Amable García Domínguez, pero yo, que nunca lo traté en persona, sino que lo conocí a través de las hazañas que me narró mi padre, solo sé que estuvo vivo.