Ha pasado un año. Casi sin darnos cuenta pese a lo mucho ocurrido. Ciertamente el panorama es muy distinto. Algunos hábitos nuevos ya están tan integrados en la cotidianeidad que parece que los ciudadanos los practicaron siempre. Nunca el final de la pesadilla ha estado tan cerca gracias a la vacuna. El tiempo de pandemia agota los adjetivos para elogiar a los sanitarios, los profesores, los tenderos, los policías, los transportistas, los técnicos de ambulancias, los equipos de emergencias, los quiosqueros… Tantos y tantos sectores redescubiertos como esenciales cuando la normalidad acaba siendo la excepción. Poco se habla de los creadores, del sector de la cultura, en suma, esencial para la salud mental, afectada, igualmente, por la fatiga psicológica que entraña la pandemia incluso para quien se ha librado de padecer la enfermedad y sus trágicas consecuencias para afectados y su entorno. Antes de que la tercera ola disparara los casos y obligara a restringir, aún más, las medidas preventivas ante la expansión del COVID, la actividad cultural había mantenido el listón en Zamora con las funciones en los teatros de la capital zamorana con actuaciones de destacadas compañías nacionales, eventos en Benavente y toda una programación en Toro. Con esfuerzo y cumpliendo la limitación de aforos, la vida cultural sufría la misma incertidumbre que el resto de actividades.

Esa actividad encorsetada se redujo a la nada en el mes de febrero, cuando los casos y las muertes revelaron la crudeza de la situación sanitaria. Hasta esta semana no se ha regresado a la apertura, dentro de esta “nueva normalidad” que todos detestamos, con la vuelta del teatro y exposiciones como la dedicada a Coomonte en el Museo Etnográfico. Un escultor cuya obra forma parte de la Semana Santa zamorana, manifestación religiosa, pero también cultural que, por segundo año consecutivo, queda obligatoriamente aparcada, reducida a unos pocos actos de las cofradías, pero sin que el repertorio escultórico de la Pasión inunde las calles zamoranas. La contención de una cuarta ola que resultaría aún más devastadora, obliga a extremar precauciones, a renunciar a las aglomeraciones y a las grandes reuniones familiares. La hostelería volverá a ser la gran damnificada junto con el comercio que, de nuevo, abrirá en Jueves Santo para poder estirar un poco más un consumo con caída en picado. Nueve de cada diez empleos perdidos durante estos doce meses de sufrimiento guardan vínculo con la hostelería y el ocio.

La vacunación escribe el último capítulo de esta dramática historia y la labor de los creadores devuelve la esperanza a la sociedad para convertir las flaquezas de hoy en fortalezas de mañana

Los artistas ya vivían permanentemente en el alambre. La brutal estocada les alcanzó en una situación de precariedad desde el inicio del combate. Por eso la agresión del virus inflige en su caso una herida de mayor severidad y calado que la de otros colectivos también maltratados. Autores, actores, cantantes, pintores, con humildad, hasta con discreción, sin pasear por las calles las pancartas de su desgracia, sin abusar del ruido, han hecho gala de una extrema profesionalidad. Con imaginación y titánica perseverancia, intentaron adaptarse rápido a la realidad en medio de una obtusa normativa. Metiendo público en las salas probaron su seguridad. Convirtieron en pan nuestro de cada día la emisión de contenidos en directo a través de las redes. En alguna medida, la cultura, manos a la obra, se rescató a sí misma reinventándose y digitalizándose. Pero hay sectores que cabalgan a medias entre lo hostelero y la cultura, como las salas de conciertos, que viven, necesariamente, de los directos y que reclaman ser consideradas como parte de la industria de la cultura, con menos restricciones que los bares y restaurantes. Así pretenden evitar una debacle más y abrir nuestros ojos y nuestros oídos a la esperanza.

Acudir a un concierto, contemplar un cuadro, reírse con un monólogo ingenioso, permite recuperar algo de la bendita tranquilidad anterior, además de poseer siempre balsámicos efectos psicológicos y terapéuticos. Incluso durante la cuarentena, las personas encerradas demandaban consumir representaciones de este tipo. Las numerosas iniciativas surgidas a través de Internet y las espontáneas interpretaciones en terrazas y balcones calmaron esas ganas de gozar la creatividad.

LA OPINIÓN DE ZAMORA dedica hoy las páginas principales de su suplemento dominical a narrar, mediante una innovadora crónica visual, el año en que el COVID habitó entre nosotros. No cabe duda de que estamos ante la mayor catástrofe social y económica ocurrida desde la II Guerra Mundial: una hecatombe demográfica, millones de vidas congeladas, agotamiento mental.

Con la vacunación estamos escribiendo el último capítulo de esta dramática historia. Cabe esperar que el hito haga también valorar como merece las aportaciones de la ciencia. Los científicos, sus descubrimientos, los avances que entrañan cada investigación deben hacernos también reflexionar sobre lo distinto que sería un país como España si dedicara un 2% de su PIB a innovación. La prosperidad que se generaría en los campos tecnológicos y sanitarios para evitar repetir situaciones como la vivida estos últimos doce meses. Un dato que lo ilustra hace referencia, precisamente a la investigación de las vacunas. A pesar del talento científico patrio, la financiación para las vacunas españolas en ensayo apenas llega a los 200 millones de euros frente a los 2.000 de las que ya se están inoculando.

Dentro de unos lustros, al volver la vista atrás, las generaciones que nos sucedan considerarán la hazaña de alumbrar en apenas un año un método de inmunidad contra un enemigo desconocido como uno de los grandes hitos contemporáneos de la Humanidad. Algo en estos instantes todavía difícil de apreciar. La efectividad de la inyección admite poca duda, da fe la protección actual de los geriátricos. No desaprovechemos la oportunidad para denunciar que, en Zamora, al igual que en el resto del país, la campaña de inoculación progresa a paso de tortuga.

Dijo el filósofo que quien tiene salud, tiene esperanza, y quien alberga esperanza, acaba por conquistar lo que anhela. La vacuna restituirá la salud de la sociedad. La cultura le está devolviendo la esperanza. Y enseñan el camino para convertir las flaquezas de hoy en fortalezas de mañana.