Cante flamenco y cante gitano era la dualidad que siempre planteó Antonio Mairena, algo que muchos estudiosos del flamenco ven como un planteamiento erróneo, unos desde la superficialidad, otros desde el estudio más riguroso, aunque, siendo claros, cada uno puede pensar lo que quiera y nunca se ajustará a una verdad absoluta y siempre será revisable. Así se escribe la historia y así debe de ser para no caer en errores incontestables que tanto dolor nos han causado. Este era el pensamiento de Antonio Mairena y así lo manifestó durante su vida, sobre todo en los últimos años de su proceso creador, aupado en ocasiones por acólitos deseosos de aprovechar la ocasión.

Conocí muy bien a Antonio, tuve ocasión de conversar con él en muchísimas ocasiones y su celo afloraba siempre, a veces hasta la idealización, la sublimación. Su pasión por la gitanería era desbordante y apasionada, no dejaba ningún resquicio y esto le está costando, desde el vuelo de su memoria, duras críticas, sobre todo desde la vulgaridad, la banalización, la improvisación y el reduccionismo al que estamos sometiendo todo en este país, y en general al pensamiento, que nos conducen por sendas inconcebibles hacia la mediocridad.

Miguel Acal, que más que amigo fue personalmente un hermano, crítico de flamenco a veces también vapuleado por quienes no lo conocieron, insistía en que Antonio Mairena es el artista más importante que ha dado el flamenco, nunca dijo que fuera el mejor, entre otras cosas porque de gustos no hay nada escrito, pero sí el más importante por su celo en preservar todo lo que había defendido en su magnífica obra, cargada de un rigor inusitado dentro de su visión particular del flamenco con la que indudablemente se puede discrepar, pero hay que respetar. E inmediatamente comenzó un chorreo de voces críticas, de aficionados e incluso de voces muy reconocidas en el mundo del flamenco, aún no han acabado, que se atrevieron a lanzar improperios sin el menor escrúpulo. “¡cómo nos equivocaste a tantos¡”, “su libro es tendencioso y racista”, “Mairena nos desorientó”, “propone el inmovilismo”, “nos quiso vender una verdad revelada”, “los gitanos mienten y manipulan en combinación con periodistas”, son algunas de las perlas lanzadas al aire.

En el Museo Etnográfico de Castilla y León, ubicado en Zamora, la familia de un zamorano aventurero, de Villamayor de Campos, con una vida entre Nueva York y Morón de la Frontera, ha depositado todo su archivo fonográfico

Digo todo esto porque en el Museo Etnográfico de Castilla y León, ubicado en Zamora, la familia de un zamorano aventurero, de Villamayor de Campos, con una vida entre Nueva York y Morón de la Frontera, ha depositado todo su archivo fonográfico en dicha entidad. Su vida novelesca es digna de ser conocida, pero sobre todo en la década de los 60 se relacionó con gente procedente del jazz que recalaron en la Base de Morón. Don Porhen, Kenny Parquer, María Silver, entre otros muchos, se enamoraron del flamenco hasta el punto de implicarse profundamente. Vicente Granados era su nombre y su equipaje fundamental una grabadora Uher 4400 tipo “report” de origen americano, dispuesta siempre para grabar cualquier fiesta flamenca. Y en estas jugosas grabaciones se escuchan fiestas en las que aparecen, entre otros, Manolito de María, Anzonini del Puerto, Joselero, Fernandillo de Morón, que tuvo la desgracia de fallecer en un accidente de tráfico cuando iba en compañía de Vicente Granados al regreso de un festival en Lebrija, Perrate, Curro Mairena, Diego del Gastor, Eduardo de la Malena y otros artistas esenciales, documentos fundamentales para conocer la intrahistoria del flamenco. Y cómo no, aparece Antonio Mairena con jugosas declaraciones, que hay que entender dentro de un contexto lúdico y festivo en el fulgor de una fiesta distendida entre alcohol y cante. El micrófono, permanentemente abierto, recoge manifestaciones de todo tipo, pero principalmente de cante flamenco, de los gitanos y su influencia hasta el punto de constituir una categoría, el cante gitano andaluz, frente al flamenco más dentro de las esencias del folclore andaluz. Y hace valoraciones, de Pastora Pavón como la mejor de todos los tiempos, de su hermano Tomás, de Manuel Torre, de El Gloria, de su hermano Manuel Mairena y también de Pepe Marchena, al que llama falso ídolo, pero al que respeta. Opiniones muy jugosas pero que no es lícito sacar de contexto, porque sería crear confusión.

Antonio, en su visión personal del cante flamenco, tenía muy claro que existen dos conceptos que yo creo que se complementan, un cante más andaluz y folclórico, que se basa en una estética regida por cánones o reglas previamente establecidas, que se pueden aprender y transmitir con su previo conocimiento, a veces dotadas de una gran belleza, y el cante gitano, basado en las mismas reglas estéticas, pero regidas por el corazón, la intuición y la emoción, lo que le proporciona una mayor transcendencia. Que Vicente Escudero bailase al ritmo de un motor eléctrico o Farruco se inspirase en el vuelo de un pájaro o en la caída otoñal de una hoja volandera, siempre que sea a compás, son dos posturas enriquecedoras, que se complementan, pero no son excluyentes. Esta era, en mi opinión, la idea que Antonio Mairena tenía del cante.

Qué diferencia existe, por poner un ejemplo, entre Pepe Marchena, cantaor de la llamada Ópera Flamenca, maestro de maestros como él se proclamaba, con una visión del cante fundamentalmente esteticista y comercial, cantaor no gitano, y José Mercé, cantaor gitano con los mismos fundamentos, salvo la distancia del tiempo. Nada que ver con lo que Antonio Mairena llamaba cante gitano-andaluz. Y son grandes artistas, Mercé de gran actualidad. Sin embargo a cada uno le llega lo que le emociona y ninguno de los dos me clava dardos en el alma. El flamenco es así.