La provincia vivirá un año más la Pasión sin procesiones. Pero una vez más todos podemos ser penitentes del silencio, cofrades de la Soledad, hermanos del Santo Entierro...Sin distinción de hábitos ni caperuz. Demasiadas semanas, que suman muchos meses, nos ha tocado vivir la pasión diaria del dolor adueñándose de enfermos positivos o en potencia, de silencio impuesto en calles y comercios, de trompetas en sordina cambiando marchas de pasión por toques de queda al compás del galope del contagio. Demasiados “barandales” a destiempo, insufrible silencio en camas de hospital, en aceras vacías y calles expeditas para que el aire de la peste hiciera su camino cual caballo desbocado.

Ahora no veremos pasos de tragedia, ni caballos de Longinos alanceando el pecho del mundo, del Señor agonizando sin que nadie lo remedie. Ya hemos vivido la Pasión en carne propia, en el cuerpo quebrantado de nuestros seres queridos, de nuestros muertos que se han ido sin rito de despedida, sin el miserere consolador de los últimos abrazos. La Pasión ya llegó, nos toca vivirla sin ceremonias, con más austeridad que nunca, con la fe de siempre. Ahora toca rezar sin respirador, andar sin comitiva. Con un crucifijo basta.

Una autovacuna contra la desesperación habrá de ser nuestra cristiana esperanza. Remedio paliativo a tanto sufrimiento: el castigo del inocente ajusticiado, su ejemplo de perdón, de aceptación del dolor, mirando a su madre sufriendo, a pesar de que lo suyo era insufrible.

En esta Semana Santa sin imágenes me ha impresionado una, la de María en brazos de su Hijo; una Piedad invertida, cambio de papeles que la artista Marina Vargas ha querido mostrarnos como una relectura de la escultura tan famosa de Miguel Ángel. Y esto es lo que me dice la pieza contemporánea no pensada para iglesia o devoción, pero a mi me ha conmovido:

En brazos del resucitado una mujer yace en tránsito, ¿desmayada? ¿dormida? El Hijo muerto no ha muerto, la Madre que resistía ha desfallecido. Piedad y último consuelo del hijo, amor de dos cuerpos fracturados por el dolor, regazo devuelto a quien le acunó en sus brazos. Miremos a ese cargador divino, el primero y más fuerte, pero agobiado también, aunque consolado como hombre, de hacer de hijo amoroso. “Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en el bosque el más profundo sueño.

Espérame en tu sueño, espera allí a tu hijo, madre mía”, escribió el poeta Dámaso Alonso en su estremecedor libro Hijos de la ira.

Amor con amor se paga. Dolor con dolor vivimos en Zamora cada Semana Santa que este año se replica a sí misma en silencio y soledad. Será como la Semana Santa primigenia en Jerusalén, la del silencio de los discípulos y el pánico general tras la muerte del Maestro. El recogimiento de la huida, el escondite para aguardar tiempos mejores que entonces llegaron con la Resurrección y ahora aguardamos también en cuerpo y alma.

La Piedad que contemplamos en la foto realza la Redención, el papel de Cristo que en su madre nos tiene a nosotros, a nuestro desvalimiento y orfandad, al abatimiento general de un mundo golpeado por la pandemia, un mundo crucificado a la impotencia cuando parecía que nada se podía interponer a nuestro acelerado progreso, a la ilusión de felicidad sin barreras. Pero he aquí que no éramos tan listos como parecía ni tan fuertes como cabía esperar. La escultura que contemplamos está rota, llena de grietas, que son nuestras heridas, las de un mundo llagado, todavía injusto y necesitado de redención.

Seguro que este paréntesis tan largo, a la expresión colectiva de la fe y la Pasión vivida por calles y plazas, será con el tiempo un mudo poema sinfónico, una escultura sin título, un “paso” sin peso, que tanto nos cuesta llevar ahora. Pero si colectivamente hemos sido sufrientes solidarios en la adversidad producida por los contagios, ahora toca una procesión interior que recorra las calles de la memoria en los días y meses que tan duro fue el Calvario de la imparable enfermedad. Y por supuesto seguir, con la telemática de corazón, al inocente que camina a trompicones con la Cruz a cuestas, entre mujeres valientes de testigo y con su Madre con todo roto por dentro.

Un año más sin procesiones, pero siempre al lado de los protagonistas de la tragedia santa, como actores secundarios en lo que es tradición de siglos.