Ha nacido la palabra apaisaje. Es el paisaje desprovisto de paisaje, el paisaje al que le robaron la piel, el paisaje sin historia, solo cifras, solo plantaciones, pistas, torres, líneas de alta tensión, pantanos, minas a cielo abierto, molinos de viento y placas solares.

La memoria de los apaisajes desaparece con las vueltas que dan los areogeneradores -que se esfuerzan en pasar inadvertidos con su blanco incólume-. En ellos no tiene sentido hablar de identidad, ni de apego al territorio, de la misma manera que no tiene sentido querer regresar a los pueblos fantasma del desarrollismo hídrico -que tanto hizo por la conservación al natural de lo rural en lugares profundos-.

En los apaisajes se evaporan las sensaciones clásicas de los paisajes, la conexión con lo ancestral, la búsqueda de las raíces como individuos frágiles o el sentido mágico de la vida. En los apaisajes, de hecho, cualquier fuerza, cualquier energía, se mide siempre en watios, tanto el viento como el silencio, en especial el silencio, sustituido por el zumbido imaginario de las chicharras artificiales y el parpadeo psicodélico de las aspas rutilantes.

El apaisaje se reafirma cuando el calor abrasa los azules metálicos desde donde nace la electricidad limpia camino de las grandes ciudades, llenas, como todo el mundo sabe, de ciudadanos responsables a los que les dolería mucho pensar que no colaboran en mejorar de alguna manera el medio ambiente, así, en abstracto.

El apaisaje se autoproclama como auténtico paisaje del futuro cuando se erige en emblema del color verde, verde hospital y verde compañía eléctrica, no importa qué verde.

Resulta que en 25 años hemos lanzado a la atmósfera el mismo CO2 que en los doscientos años anteriores, y de la mala conciencia surgen las prisas por encontrar remedio. Si del resultado de este precipitado recular ya no quedan paisajes, eso es lo de menos. ¿Quién los necesita?

Siempre quedan románticos que piensan que nada debería cambiar, pero para eso está Google Earth. Ahí se pueden retrasar en el tiempo en el tiempo todos los apaisajes y ver cómo eran, cuando paisajes.

No hay que alarmarse por la previsible desaparición de todos los paisajes tal y como los conocemos, pues pronto nuestro sentido subjetivo y el aprendizaje los devolverá a la categoría inicial

Es cierto que los anuncios de coches emplean los paisajes y no los apaisajes en sus delirantes intentos de vender una realidad que ya no existe, pero la infografía está tan avanzada que lo parece un viaje por una bucólica carretera de montaña no es más que un montaje con decorados virtuales.

Tampoco las ovejas y las vacas son muy conscientes de lo que significa esta palabra. En general son animales que apenas miran al frente, solo al suelo, solo al suelo, hasta que son sacrificados. Y el resto de seres vivos, los que miran al horizonte, son todos prescindibles pues no entran en la cadena de producción ni aunque los aten. De hecho, parece ser que cuanto más se mira al horizonte más se vuelve uno antisistema, por eso de hacer algo que no tiene sentido práctico.

Hace poco, mientras paseaba por un bosque de robles para quitar fotos, y digo quitar y no tirar, tal y como se decía antiguamente cuando la fotografía y la realidad se confundían, me entró un miedo irracional. No escuchaba el sonido de los pájaros y me dio por pensar que estos se habían escondido, que todos los pájaros del mundo se habían puesto de acuerdo para ocultarse con el fin de confabular de espaldas a los humanos y tratar de encontrar así una salida a su probable extinción.

Me gustaría ser tan optimista como para pensar que la solución del planeta Tierra está en los apaisajes y que irse a una casa rural con vistas a una gran escombrera de wolframio y estaño, sin la cual no se podrían fabricar las cocinas de inducción, será pronto una manera tan agradable como otras de disfrutar de la Naturaleza de manera responsable. Es cuestión de adiestrar a la población en el uso de la mirada. Si se consiguió con los contenedores amarillos, verdes, azules y marrones, se conseguirá con los apaisajes eólicos, solares o acuáticos. Todos ellos de uso renovable. ¿No veranea la gente a la orilla de los pantanos? Después de décadas los hemos convertido en parte esencial del territorio y lo que durante un tiempo fue apaisaje es ahora otra vez paisaje, incluso de postal.

Es decir, que no hay que alarmarse por la previsible desaparición de todos los paisajes tal y como los conocemos, pues pronto nuestro sentido subjetivo y el aprendizaje los devolverá a la categoría inicial.

En todo caso, de nada sirve ponerse tan optimista: seguramente los apaisajes, por sí mismos, serán capaces de evolucionar y transformarse de modo natural. Brotarán hierbajos sobre las las placas solares y las aspas de los molinos se llenarán de líquenes.

Ahora bien, lo de los pájaros sí me preocupa de verdad. Me gustaría saber dónde se esconden cada vez que desaparecen, y sobre todo saber qué demonios traman. No creo que tengan el valor suficiente como para cortar los cables de alta tensión con el pico y dejar sin electricidad el tren de alta velocidad, por más que les moleste esa inesperada aparición de la nueva especie en su ecosistema, pero en todo caso, su ausencia es inquietante.

Está a punto de entrar la primavera y no sé si es cosa mía pero tengo la impresión de que sus ausencias son cada vez más frecuentes. Se les ve durante unos minutos y luego, de repente, nada, ni un pájaro en el cielo.

La última vez que contemplé una bandada de pájaros, sin sentir que pronto la bandada se borraría del aire, fue con aquella nevada invernal que colapsó las facturas de la luz. ¿La recuerdan? Los todavía paisajes quedaron cubiertos por la nieve, al igual que los apaisajes, permaneciendo ambos, paisajes y apaisajes, igualados por la blancura, por la belleza de lo que no ha sido transformado.

Los pájaros, felices, formaban círculos en las alturas, como si de pronto, aunque solo fuera por unos días, quedara la esperanza de no ver morir los horizontes, sin los cuales el vuelo pierde la referencia, sin los cuales los pájaros estarían obligados a regresar a su estado reptil, o humanizarse.