Hablar de la igualdad, sexismo, violencia de género, roles y todo su entramado da para horas, días, meses, años e incluso siglos como viene ocurriendo en nuestra sociedad. Mi espacio es algo más reducido, por lo tanto, me limitaré a dar algunas pinceladas con respecto a alguno de los asuntos mencionados.

El acontecimiento social más importante del siglo XX, la revolución más poderosa y silenciosa ha sido la incorporación de la mujer a la vida pública. A pesar de las indudables ventajas conseguidas la situación de la mujer es aún muy conflictiva. Las situaciones jurídicas son fáciles de cambiar, pero las estructuras psicológicas lo hacen de forma muy lenta. La mujer ha alcanzado la igualdad jurídica, laboral (con más dificultades), política, sexual (gracias sobre todo a la píldora), pero falta una liberación afectiva.

Hemos descuidado la educación de los sentimientos. Hemos pasado de la prohibición a la cultura del “todo vale”. El discurso de la igualdad es más un chispazo que algo que realmente se esté tomando en serio, pero, además, los patrones machistas de puertas para adentro se mantienen. En las nuevas generaciones se están reproduciendo estos patrones y de una manera curiosa, porque, en parte, están siendo asumidos por las mujeres. Por ello, el machismo no solo no ha desaparecido, sino que los valores femeninos están a la baja, ya que las jóvenes están copiando los valores competitivos y los modelos sexuales del varón.

Nos encontramos ante una sociedad que defiende un discurso políticamente correcto en defensa de la mujer, pero que al mismo tiempo sigue lanzando mensajes claramente machistas a través de la publicidad, incluso para lanzar productos femeninos. De la tiranía de la virtud se ha pasado a la tiranía de la belleza, que obsesiona a muchas mujeres. Desvelar estos mensajes es mucho más importante que discutir sobre si debemos decir juez o jueza.

Los jóvenes siguen teniendo como fuente de información a los amigos y a los medios de comunicación. La familia, la escuela y los profesionales no legitiman esas nociones, por lo tanto, no educan. Al no estar legitimada esa información; o la usan menos, o lo hacen de forma errónea y dentro del contexto de lo prohibido. Eso les conduce a asumir más riesgos, a ser menos responsables en sus conductas o a vivir más confusamente la sexualidad, sobre todo, en la primera adolescencia. Por ello, se hace necesario ofrecer a este conjunto vulnerable la información adecuada que le sirva como herramienta y, así, adopten conductas apropiadas y saludables.

El profesional debe saber qué y cómo informar, tanto en anatomía, naturaleza sexual humana, afectos, enamoramiento, fisiología, sexualidad afectiva, igualitaria, etc. Enseñar a intimar para que se les dé importancia a los afectos, a las emociones, en fin, a la ética de las relaciones amorosas; une ética de principios universales. Un comportamiento que se asiente en pilares como la igualdad entre géneros, el consenso y la libertad, y que rechace la presión y el engaño.

Se habla mucho de igualdad, de violencia de género, y yo, como profesional en el tema, voy a lanzar dos preguntas que son fundamentales. ¿Cómo es posible que exista tanto sexismo después de tanto esfuerzo para educar en igualdad? Y ¿por qué en la juventud se están dando tantos casos de violencia de género? Pues bien, es evidente que no hay un seguimiento en el trabajo sobre la igualdad y que se educa a través de los discursos y, mucho menos, desde la práctica.

Una de las razones para que exista violencia de género es porque se está educando desde la polarización, es decir, una mujer gana prestigio en la medida en la que la feminidad toma roles considerados tradicionalmente como masculinos, y un hombre pierde prestigio en la medida en que la masculinidad toma roles considerados tradicionalmente como femeninos. El sexo es una característica biológica, pero los roles femeninos y masculinos son invenciones culturales. Simone de Beauvoir acuñó una expresión con gran éxito: “On ne nait pas femme, on le devient” “No se nace mujer, se llega a serlo”. Esta frase aparentemente sencilla es en sí un holograma complejo.

Hay tres pilares fundamentales para que se dé la violencia de género: el machismo, la masculinidad hegemónica «se está sobreerotizando al “chico malo” “al malote” “al chulillo”, solo tenemos que fijarnos en algunas películas de éxito como Tres metros sobre el cielo o 50 sombras de Grey» y, por último, la configuración del amor romántico, con todos sus mitos que siguen estando tan presentes hoy en día.

Frases tan duras como “Vamos a ir a por esta que está borracha” cada vez son más habituales. Expresión que hace referencia a la violencia sexual que se está normalizando y aceptando, debido a que vivimos en una sociedad patriarcal con efecto sedante, donde hay muchos indicadores de violencia, entre ellos; culpar a la víctima, justificar al culpable, consumir pornografía a edades muy tempranas, la prostitución como diversión, el lenguaje sexista, programas basura, etc.

El hombre tampoco lo tienen fácil. Nuestra sociedad le exige una demostración continua de su condición, de manera que está obligado a asumir más peligros, a esconder sus deseos y sentimientos por las creencias que los relacionan con lo femenino. Así mismo, admiten de forma natural que tiene que cumplir un papel coitocéntrico en la sexualidad de manera activa, obligados a competir y a ganar para demostrar su superioridad.

Nos encontramos ante la necesidad de educar y, aquí, surge el factor principal que no es otro que el de educar sexualmente a los adolescentes; con un aspecto que sigue olvidado dentro de la enseñanza. Siempre ha sido un defecto de gestión, nunca hemos tenido buenos gestores educativos. Una ley no cambia la educación, pero si va acompañada del esfuerzo de implicar a todos los agentes, profesores, padres y la sociedad, sí lo hará.

En la actualidad, los adolescentes que estudian en centros de secundaria suelen recibir charlas o pequeños cursos dirigidos a la prevención de infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados, diversidad con respecto a la orientación del deseo, actitudes con respecto a la sexualidad, la violencia, etc. Sin embargo, todos estos cursos son tratados de una forma totalmente puntual y esto no es suficiente. Existe también la ausencia de una educación sexual en los años previos a la adolescencia que no pueden ser sustituidos por actuaciones puntuales en los institutos.

No es posible educar sexualmente a los niños y a los adolescentes sin tener en cuenta que el objetivo último es la formación de ciudadanos responsables en lo referente al trato con los otros y a sí mismos en las relaciones íntimas. Hace falta algo más que el respeto. También es necesaria la colaboración, pues sin ella no hay un entorno de aprendizaje seguro en el que los chicos y las chicas valoren a las personas que les rodean, creando un ambiente de bienestar. Plantear estos objetivos puede resultar un tanto complejo, pero los problemas sociales complejos merecen soluciones complejas.