Corre despavorido un perro, que ha salido escopeteado de la mesa de “La santa Cena”. A pocos pasos, un poco más atrás, un niño persigue al biche, que se ha escapado del bullicioso grupo que forma el “paso” de “La Borriquita”, para tratar de recuperarlo. Porque hoy es un día de júbilo, y ambos personajes, el perro y el biche, han decidido tomarse un rato de asueto.

A lo lejos, mezclada su imagen con el alargado mástil de un semáforo, vislumbro las piernas de Nicodemo o de Arimatea (no distingo bien cuál de los dos) agitadas en difícil postura, en lo alto de la cruz, mientras el discípulo ayuda a bajar el cuerpo de Cristo. Es la viva imagen, tal y como la concibió Ramón Álvarez (El imaginero zamorano por antonomasia) para “El Descendimiento”, al que debemos la mayor parte de lo que hoy es nuestra Semana Santa.

En esto, se me atraganta la aceitada que he osado ingerir, sin ayuda de líquido alguno. Mientras, alguien me mira de reojo. No se si reprochándomelo, o simplemente para echarme una mano si llegara el caso.

Vengo de echar la partida, en la que no me han venido todas las cartas que necesitaba, ya que el “Cinco de Copas” no estaba en la baraja, porque nadie se ha acordado de poner la “Marcha fúnebre de Thalberg”. Quizás el maestro Sigismund esté dolido por ello, pues en pocas localidades se habrá interpretado tantas veces su música. Me parece ver al “niño de los clavos” subiendo por “San Torcuato”, camino de “Las Tres Cruces”, dispuesto a comer unas sopas de ajo. Antes “calvito de las cascarrias” se ha dejado ver por los “Herreros” tomando un chato de tinto de Toro. Mientras, en el bar de enfrente, “Pilatos” se está lavando las manos. El servicio de limpieza echa de menos limpiar las moñigas que suele soltar el “Caballo de Longinos”, cuando se encabrita para que el sayón acerque la lanza al cuerpo de Cristo.

Como reclamo que pudiera insuflar algo de ánimo a la ausencia de la “Semana Santa”, la celebración zamorana más importante del año, cabría echar mano del tema de la construcción del nuevo “Museo de Semana Santa”

A este paso estas cosas se nos van a terminar olvidando. Suele ocurrir con aquello que no se practica. Con lo que nos da pereza hacer. Con lo que, por unos u otros motivos, va separándose de nosotros. Y es que vamos sustituyendo unas cosas por otras: bien sea porque la vida así lo va disponiendo, o porque los tiempos van cambiando y preferimos ser actores de otros eventos. Más tarde o más temprano, llega un momento en el que, a determinadas cosas, les damos carpetazo. Y aquí paz y después gloria.

Y continúa pasando el tiempo. Hasta que un día cualquiera nos levantamos de otra manera. Y llegamos a acordarnos de aquello que habíamos archivado en una de las carpetas menos utilizada de nuestra memoria.

Eso lleva camino de suceder con respecto a nuestra Semana Santa, ya que, la de este año ha resultado suspendida. Al decir lo de “nuestra”, me refiero a los desfiles procesionales, no a los actos litúrgicos. Porque lo que pasa en las iglesias de puertas adentro es cosa de los creyentes, y lo que pasa fuera de los templos es cosa de todos: de los que creen y de los que no creen. Porque en Zamora, ese evento hace ya muchos años que es una celebración que va más allá de lo religioso. Algo que ha calado hasta el tuétano de todos y cada uno de los zamoranos.

Este año, la Semana Santa ha sido suspendida, como también lo fue el pasado año. En ambos casos debido al virus asesino que nos tiene a todos a maltraer. También, en años anteriores, y debido a las inclemencias del tiempo (Llovió unos cuantos días durante esa semana) fueron suspendidas muchas procesiones. De manera especial las más multitudinarias, las del jueves y viernes Santo. Así que, entre pitos y flautas, llevamos unos cinco años donde el alejamiento del ambiente semanasantero es algo más que un hecho.

Si a eso unimos el sentir de mucha gente que, desde hace mucho tiempo, aprovecha estas fiestas para tomarse unas vacaciones, saliendo de Zamora con destino a la playa o a cualquier rincón del mundo, tendremos aún menos sustancia que poder echar al puchero. Y el cocido va quedándose con menos condimento. Lo peor de todo, es que lo que está ocurriendo no es culpa de nadie. Ni nadie tiene el poder suficiente para revertir la situación. Y eso desconsuela al mas pintado. Especialmente a aquellos que prefieren que haya u culpable, ya que así, se puede señalar a alguien con el dedo, y uno se queda más a gusto, o menos disgustado.

Como reclamo que pudiera insuflar algo de ánimo a la ausencia de la “Semana Santa”, la celebración zamorana más importante del año, cabría echar mano del tema de la construcción del nuevo “Museo de Semana Santa”, del que ya hace mucho tiempo que no se oye hablar. No se sabe bien si será por mor de las subvenciones o por cual otra causa. Pero, el caso es que la euforia levantada por esta obra, parece que ha disminuido. Quizás merecería la pena darle un empujón, sacándola de nuevo al candelero.