En la exposición celebrada en el edificio de la Diputación en marzo de 2019, que unía la obra de más de 80 zamoranas, titulada ‘Femenino y Plurales’ la pintora Teresa López Bueno indicó que su participación en ese acto: “es el mejor premio que me habéis podido hacer al final de mi vida”. Contaba entonces 93 años. Hoy casi dos años después sigue buscando la belleza tras cada una de sus pinceladas.

Teresa nació en 1926 en Zamora. Tuvo la fortuna de hacer el bachillerato, vedado para muchísimas mujeres en ese momento. Se caso con diecisiete años y desde entonces tuvo que entendérselas con la fogosidad de su esposo y los mandatos de la época que premiaban a familias de 20 hijos, como si las mujeres solo fuéramos seres para parir. A Teresa le fueron llegando hasta siete hijos (dos chicos y cinco chicas) que llenaron su vida de quehaceres, cuidados y alegrías.

De mente inquieta además de cuidar a sus retoños quería verlos bien vestidos por lo que se interesó por la costura. Su empeño la llevo a estudiar a escondidas y por correspondencia, convirtiéndose en una estilosa modista, siguiendo los patrones de las revistas francesas de moda.

Cuando sus hijos eran mayores, y siempre con el apoyo de su familia extensiva, se integró en UNAE, asociación de amas de casa en su aspecto de consumidoras y usuarias, con la que pudo hacer excursiones por toda la costa mediterránea, desarrollando y mostrando, además, sus habilidades culinarias participando incluso en un programa radiofónico sobre cocina en Onda Cero de Zamora..

Quedó viuda con sesenta cinco años y entonces el gusanillo de la pintura apareció tras visitar Paris y encontrarse de cerca con los grandes impresionistas en el Museo d'Orsay . Tambien los museos de Londres fueron fuente de inspiración y en España se recorría las galerías, en las visitas a su hija mayor a Madrid, ávida de conocer obras de arte en pintura. Tambien era una asidua a ARCO, la gran exposición de arte anual que se hace en Madrid de la que siempre se llevaba sus pesados catálogos.

Ha sabido manejar dolores y disgustos y sigue, y deseamos que por muchísimos años, regalándonos su arte y celebrando cada día que vive, infundiendo ese espíritu en quienes la rodean

Con ese interés, un día acompañando a sus amigas visitó las clases de pintura de Pedrero, quien, viendo su habilidad, enseguida le dio instrucciones para seguir en sus clases.

Siguió avanzando con otras pintoras a las que siempre cita con admiración y gratitud. Nos habla de Carmen Mayor y Carmen Pelaz, que le ayudaron a adquirir mayor seguridad: aunque su matrícula de honor en dibujo en el Instituto Claudio Moyano denote unas capacidades casi genéticas. Nos habla también de su aprendizaje con Patxi Acebedo en el momento en el que el antiguo cuartel de Viriato se usó como espacio cultural y de su participación en una exposición colectiva en el Colegio Universitario

Nos cuenta el paso por las distintas técnicas con absoluta pasión: carboncillo, lapicero, pasteles, acrílico, oleo… Nos habla también del cambio paulatino de motivos cada vez más complejos. También de como poco a poco fue atreviéndose con cuadros cada vez más grandes. Nos encanta el amor que tiene a su obra, de la que le duele desprenderse. Recuerda un cuadro que donó para UNICEF y solo la consuela pensar que su venta sirvió para un buen fin

Lo sorprendente es que toda esta labor, debido a su edad, ha ido acompañada de una operación de cadera, de dos intervenciones de rodilla, que la limitaban en su acceso a sus clases, y de las perdidas tremendamente dolorosas de su hijo pequeño y de su hija mayor.

A Teresa la vida no la ha tratado mejor que otra persona, pero ella con su inteligencia y pasión por la pintura, o mejor por la vida, ha sabido manejar dolores y disgustos y sigue, y deseamos que por muchísimos años, regalándonos su arte y celebrando cada día que vive, infundiendo ese espíritu en quienes la rodean.