Si utilizo directamente alguno de los sinónimos más cercanos, más tangenciales a la palabra piropo, me quedo con dos: galanteo y coqueteo. Con el piropo, a lo largo de su historia, no se ha pretendido otra cosa que expresar la valoración de la belleza o los atributos de otra persona, bien sea mujer u hombre. Aunque no se quiera ver así, también las mujeres han piropeado a los hombres. Es verdad que su utilización valora sobre todo la figura femenina.

El piropo siempre ha sido un halago, algo inofensivo. Hablo del piropo. Otra cosa son las salvajadas que alguien puede soltar al paso de una mujer, en plena vía pública y que por sí constituye un insulto. Hay que saber matizar. Y no que ahora con tanta ley, tanta reivindicación, a veces absurda y tanta gaita, el piropo, demonizado por las feministas a ultranza, se interpreta como una forma, aunque leve, de acoso sexual, especialmente cuando sucede en espacios públicos.

Echo de menos los piropos. Nunca me ofendió aquel caballero que un día, siendo mocita, me dedicó un requiebro que nunca olvidaré. A mi paso por su lado, me espetó bajito y suave: “Nena, eso son piernas y no las columnatas de Bernini”. ¡Casi nadie al aparato!, ¡El arquitecto que ejecutó el proyecto más importante de la Roma de su tiempo: ¡la Basilica de San Pedro del Vaticano! Y va un señor y compara mis extremidades inferiores con esa larga e imponente secuencia de columnas en la Plaza de San Pedro de Roma. Requiebros así no pueden molestar a nadie. A ver si nosotras podemos hablar libremente, incluso de los atributos masculinos cuando el pantalón es apretadito, y ellos se la tienen que envainar. No quiero hombres señalados por el índice acusador del feminismo más radical, cuyas proclamas y consignas sí que meten miedo y constituyen acoso.

Otra cosa son ciertas salvajadas que las mujeres no tenemos por qué escuchar. Demonizar el piropo, condenarlo, pedir su abolición, tengo para mí que ya está abolido, me parece que es sacar las cosas de quicio cuando, además, las mujeres también lo empleamos. No se puede hacer del piropo un delito y, sin embargo, desearle la muerte o cosas peores al objetivo de turno, sea considerado libertad de expresión. Podría poner unos cuantos ejemplos aterradores que forman parte de ciertos tuits, de ciertas mal llamadas letras de rap y de alguna que otra consideración varia que ha circulado por redes e incluso por cierta prensa.

Sacar de contexto y de quicio todo lo que suena a antiguo, no es normal. Hay un término medio que los radicalismos no terminan de encontrar.