Hay cosas, que antes de terminar, pierden la conexión, y se convierten en una variante de la servidumbre. Sí, la misma que no nos permite familiarizarnos con el amor propio. Pocas personas abordan los finales con integridad y se alejan sin dar problemas. Hace pocos días, me llevé un brusco sobresalto, por casualidad la vida me puso un ejemplo en plena calle; el hallazgo me llevó a ver una escena de las que sientes vergüenza ajena y forzosamente te hace pensar. Muchas personas destruyen su furia a gritos... Ya lo creo, ya.

Existen personas que transforman el egoísmo en violencia verbal y no se cortan un pelo. ¡Menuda trifulca tenían montada un chico y una chica! No encajar la idea de una separación nos hace vivir un imperativo constante de insistencia. “Joder, déjame en paz y no me persigas más”. “Deja de llamarme mil veces por teléfono”. “No reduzcas el universo a mí”. Son frases que se dijeron (y otras tantas más) que no repito. Qué de personas son la contradicción que evidencia la falta de amor propio. Ser pesados e insistir (opinión subjetiva) es no tener la constancia duradera de la voluntad. No podemos obligar a nadie a estar con nosotros; lo auténtico se construye en libertad, y las personas que no lo respetan son egoístas.

Somos el valeroso gesto que renace y jamás deberíamos ser el capricho del histrionismo. Las personas que están a nuestro lado no son nuestros rehenes; aunque en un principio parezca trágico, es importante, dejar marchar a todos aquellos (que por lo que sea, ya no desean estar con nosotros) y ven en los finales un nuevo comienzo. Pretendemos satisfacer el amor ajeno sin tener amor propio. Mal asunto, señores, mal asunto.