¡Qué no hay quien se entere, oiga, qué nos tienen locos con las cifras de las vacunas! ¡Y pensábamos que con lo de las fases de la pandemia íbamos a terminar turulatos, aquello fue párvulos, ahora sí, ya estamos en la universidad, cómo cabras!

¡No hay dios que sepa las dosis que se han puesto, las que quedan, a quién están pinchando, cuál es el porcentaje de inmunizados, qué está pasando con las dosis que se quedan ahí, en la cubeta! ¿Cuándo me toca a mí?

Aquí van algunos datos facilitados por este periódico (a fecha del pasado lunes): Zamora suma 6.671 inmunizados, se han utilizado 16.908 dosis de vacunas de las 22.145 recibidas en ocho semanas, el 80% de Pfizer-BioNTech, la falta de las 1.500 de Moderna deja a los sanitarios a medio vacunar (solo 643 han consumido ya los dos ciclos), esta semana se esperan 3.740, la provincia necesitaría 240.000 dosis para inmunizar a 120.000 residentes (el 70% de la población) antes del verano, o sea, multiplicar al menos por cuatro el ritmo actual de vacunación..., o sea, que eso.

Nadie sabe qué calendario de actuación se está aplicando, ni los criterios con los que se ha confeccionado. ¿Cómo se explica que no se vacune a la vez a los cuidadores y a los atendidos por estos? Pues no, oiga, al menos en el ámbito rural, que ahora más que nunca está dejado de la mano de todos los dioses. Los trabajadores sociosanitarios ya han recibido al menos una dosis y las personas a las que atienden, nada de nada, lo mismo que quienes sustituyen en las libranzas a los cuidadores. Esto es coger el rábano por las hojas.

Sí se sabe ya que el coronavirus retrasó 1.412 intervenciones programadas en Zamora durante 2020 y que llevamos un año en el límite de la atención sanitaria. Vuelvo al ámbito rural: conozco (y quiero) a dos mujeres dependientes que viven en un pueblo a tiro de piedra de la capital. Sufren achaques varios, dolores múltiples y la enfermedad del calendario. En un año ni un solo día ha ido el médico a verlas. Ni porque se les inflamen las piernas, ni porque les duela la vejez. “¡Qué esta semana sí va a subir a verlas!”, me dicen ahora. Vale.

Vivimos tiempos de números y cifras que no dejan aflorar las emociones. No nos dejan ni llorar. ¡Qué tristeza!