Es inentendible, inaceptable e inasumible la violencia que están ejerciendo contra la policía, el mobiliario urbano, los comercios, sedes bancarias, los vehículos aparcados y todo lo que se les pone por delante, de los que se llaman a sí mismos no violentos. Las distintas jornadas de protestas llevadas a cabo, esta vez por la entrada en prisión del rapero Hasél, han desenmascarado a los que se les llena la boca de democracia, tolerancia y libertad, cuando ellos son unos intolerantes de tomo y lomo, rancios en sus postulados, gente que en su puñetera vida le ha dado un palo al agua y que en los últimos tiempos se ha dedicado a injuriar, a enaltecer el terrorismo y a incitar al odio. Tres maneras de entender la libertad, incompatibles con la democracia.

No son modos ni maneras las empleadas por esta gente para protestar. En este aspecto deberían mirar hacia atrás, sólo una vez, y fijarse en mayo del 68. Aquella revuelta no perseguía llegar al poder. Tan sólo pretendía cambiar la sociedad y reivindicar más libertades. También se levantaron barricadas. Pero sin la violencia extrema que se emplea en la actualidad. Hubo una paralización sin precedentes, pero no el salvajismo que observamos en la actualidad y cuyas consecuencias se miden en destrozos que debieran sufragar quienes han jaleado, quienes han aplaudido, quienes han animado a estos salvajes. Entre ellos, políticos como Echenique, más lleno que nunca de un resentimiento peligroso e inexplicable.

No deja de ser preocupante, no la falta de miedo, sino la falta de respeto hacia la autoridad encarnada en la Policía, ya sea nuestra Policía Nacional o los Mossos d’Esquadra. Que dejen de pintar a la Policía, obligada a usar métodos disuasivos ante la virulencia de las asonadas, como si de mercenarios a sueldo se tratara, porque tras cada jornada violenta, la peor parada suele ser la Policía. Resulta sangrante que levanten el índice acusador contra ellos, cuando ellos cumplen órdenes y tienen que defenderse y defender a los ciudadanos que no participan de semejante violencia.

Pablo Hasél, que no es un angelito, fue condenado en 2018 a 9 meses de prisión y seis años de inhabilitación por enaltecimiento del terrorismo e injurias de grueso calibre a la Corona. Su entrada en la cárcel se debe a la reiteración de condenas. A ese afán suyo por enaltecer a Eta y Al-Qaeda y por hacer encaje de bolillos con la incitación al odio y a la violencia. 70.000 euros de una tacada, en la primera salida a tomar la calle, dan cuenta de la brutalidad de los disturbios que todavía no han concluido.