Es probable que mientras escribo estas líneas, quizá incluso a esta misma hora de la tarde, haya decenas de jóvenes perturbando por tercer día consecutivo la vida normal de este país, que, como se sabe, de normal tiene más bien poco a causa de la pandemia. Y confieso que sigo con inusitada perplejidad la evolución de las reacciones en cadena protagonizadas por esos grupos de vándalos en varias ciudades, que protestan con vehemencia por el encarcelamiento de un mancebo que alienta la violencia a ritmo de rap al tiempo que se hace la víctima.

Ese chico, que ya pasa de talludito, no ha ingresado en prisión por ser rapero o pasarse de frenada con una letra, como seguramente creen muchos jóvenes que salen a defenderle. Está en la cárcel por vulnerar literalmente la ley y acumular un historial que no es que digamos de florecilla silvestre. Muy al contrario, lo que no es de recibo en un estado democrático, y España lo es, sería quedarse de brazos cruzados ante la apología del terrorismo y ante quien, además, presume de que no le da pena alguna un tiro en la nuca a un ‘pepero’ o ‘socialisto’.

Entre esos jóvenes que salen a la calle a exhibir una violencia indómita, hay una parte desengañada de la vida, que piensa que la sociedad es la culpable de que no haya tomado el siempre difícil camino recto. Otra parte, también sin oficio pero con beneficio, son niños de papá, con más formación que los anteriores, pero igualmente desencantados porque no han hecho todavía nada por sí mismos e intuyen que es probable que no lleguen a hacerlo nunca.

El tercer grupo, minoritario, está formado por mostrencos y macarras del tres al cuarto que siguen el principio de que un tonto siempre encuentra a otro más tonto que le admira. Pero, cuidado, que ese grupúsculo sigue el formato de guerrilla, quién sabe con qué financiación y de qué procedencia, y tiene claro su objetivo. Esos sujetos están organizados, llevan consigo picos para extraer adoquines y tapas de alcantarilla como munición contra las fuerzas policiales.

Y lo están consiguiendo. La desestabilización social que adereza la incertidumbre que ya nos carcome conduce al miedo, el verdadero caldo de cultivo para hacer con una sociedad lo que al manipulador le viene en gana. A ver, si no, por qué algunos prebostes, como ha hecho el portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique, lanzan mensajes a los cuatro vientos por redes sociales para intensificar la temperatura de la llama.

Contenedores quemados, barricadas, vehículos incendiados, negocios afectados, escaparates rotos y mobiliario público destrozado conforman el atrezo de la escena en la que los protagonistas sobreactúan y buscan los mejores planos en los que unos policías hostigados sacan las porras y los lanzadores de proyectiles de foam, a ver si hay suerte y se puede utilizar la desgracia personal de alguien para sacar ese malvado rédito.

‘Secuestrado por el terrorismo de Estado’, rezaba la pancarta que abría en Madrid la comitiva pretendidamente pacífica. Un chaval asegura, con gran indignación, que ellos no hacen nada malo. El periodista le pregunta por los lanzamientos de adoquines y el ‘demócrata’ le espeta: “Empezó la Policía”.

La inmensa mayoría de la ciudadanía española presenta un comportamiento heroico y silencioso. Se levanta temprano, procura sacar adelante a sus familias, cumple las normas para que sea posible la convivencia, cree en el esfuerzo personal y en el colectivo, practica la solidaridad y el respeto, piensa que vive en un magnífico país y lamenta que una caterva de maníacos, incluidos unos cuantos advenedizos de la política, ponga en serio peligro nuestro presente y, con ello, el futuro de nuestros hijos. Y lo hacen en nombre de una libertad trastornada, ajena al mínimo raciocinio y a la inteligencia humana.