Decía Confucio –o algún otro sabio remoto al que quepa atribuir lo que nos venga en gana– que lo peor de querer algo es que te lo den. Quería el presidente Sánchez, de la mano de su demiurgo de cámara que le dirige el gabinete, aprovechar la notoriedad del ministro de Sanidad llevándole a ganar las elecciones catalanas. Y lo quería tanto que forzó el mantenimiento de la fecha del 14 de febrero para ir a las urnas, no fuera a diluirse el efecto Illa si se retrasaban. Estaba cantado que, con la pandemia ya por su tercera o cuarta ola, la abstención iba a ser gigantesca; más aún allí donde la ciudadanía está harta de ir a votar y desencantada por la nula utilidad de las citas electorales para resolver el problema de la gobernabilidad de Cataluña. Así que ha sucedido lo que tenía que suceder: que quienes querían algo lo tuvieron. Sólo se quedaron fuera del reparto de premios-castigos los que no sabían siquiera que pedir, porque cifrar las aspiraciones de la derecha constitucionalista catalana en superar a Vox viene a ser el deseo de una pompa de jabón que se eleve antes de desvanecerse en el aire.

Al cabo, todos los demás tuvieron, ya digo, lo que querían. Illa, es decir, el Partido Socialista de Cataluña (PSC), ganó en votos y escaños a todos y cada uno de sus rivales. Esquerra Republicana de Cataluña logró, por fin, superar a los herederos de los convergentes. Puigdemont, de la mano de su partido siempre refundado, consiguió que los escaños de los soberanistas superasen a los de los unionistas. Colau con su franquicia de Podemos mantuvo el tipo. Vox se comió buena parte de los votos que Ciudadanos perdía. Y la Candidatura de Unidad Popular (CUP) obtuvo un 50% más de representación, si cabe atribuir representaciones a un grupo asambleario.

Lo malo de haber obtenido lo que querían es que el premio está vacío, como los cupones de los sorteos que no logran ni el reintegro. El día de la marmota parece haberse instalado en Cataluña reiterando la paradoja de que los soberanistas pueden gobernar pero les cuesta ponerse de acuerdo y quienes ya lo estaban de antemano –PSC y ERC– se hartaron de decir durante la campaña electoral, incluso por escrito, que ninguno de los dos daría la presidencia de la Generalitat al otro. Con lo que la única victoria de verdad, la que ha obtenido Sánchez al meter a Ciudadanos y al Partido Popular en el sumidero, queda como un triunfo al que le aguarda el mal fario. Porque desaparecida la oposición por muchos años en el conjunto del Estado, lo que queda necesita de un acuerdo de verdad entre el Partido Socialista, Unidas Podemos y ERC –con los demás nacionalistas, salvo los catalanes, de la mano– en busca de que el tan cacareado diálogo siempre pendiente lleve a algún lugar. Cuál es ese, se adivina (referéndum, indultos) y asusta aún más en la Moncloa. Es lo que tiene querer ganar y lograrlo.