El resultado de las elecciones catalanas, con el triunfo por mayoría absoluta del independentismo, es como una patada afilada en el bajo vientre de esta tierra nuestra que vive colgada del aire. La victoria de la insolidaridad y el supremacismo, pírrica en resultados ya que el número de votos de los “indepes” recalcitrantes suma solo 1,3 millones de un censo electoral de 5,6, pero suficiente para reforzar su poder en Madrid, sí, sí, en Madrid, supone un devastador huracán para esta tierra nuestra que vive colgada del aire. ¿Y eso por qué?

Porque estamos ante una oportunidad histórica para agarrarnos al futuro si hubiera un reparto justo de los fondos europeos poscoronavirus, pero no lo va a haber. La fuerza del independentismo catalán y el nacionalismo vasco van a inclinar la balanza hacia sus territorios, más aún de lo –mucho- que lo han hecho en los presupuestos estatales de las últimas décadas. Tienen cogido al Gobierno por los cataplines y aprietan y aprietan. Y Sánchez ya ni se queja, mientras los militantes socialistas de la España Jodida silban. ¿Pero entonces no podemos hacer nada?

Sí. Además de llorar porque hemos perdido el 40% de la fuerza laboral en los últimos 70 años (último informe Funcas), por ser la provincia con peores registros demográficos, perder más población que nadie y estar cercanos a la neutralidad climática a cambio de nada, podemos protestar y organizarnos para hacernos oír. Si fuéramos capaces de conseguirlo parte de nuestros males desaparecerían. Ya, ya, ¿pero eso cómo se hace?

No lo sé, seguramente con voluntad y orgullo,uf, mirando de reojo al pasado de nuestros padres y de frente al futuro de nuestros hijos. Es lo que tienen los regímenes democráticos, que premian a quien se lo curra en la calle, a quien protesta, se esfuerza y consigue que lo oigan en el interior de los despachos de quien manda. Los gestos son, a veces, palabras sueltas que componen poemas épicos. Sí, sí, todo suena muy bonito, a verso abrileño, lo sé.

Algo tenemos que hacer para desahogarnos y echar la pena al aire para que se airee y matar el hongo que no nos deja respirar. Somos una provincia donante de vida, pero que si no conseguimos que se nos reconozca este aspecto saludable, al final, lo dicho tantas veces: la provincia más sana del cementerio. ¿Qué les parece?