Ha llovido mucho sobre todo el último año cuando parece que habitamos un nórdico país acuoso y oscuro demasiado próximo a aquel corral nublado que temiera Valle Inclán. Ha llovido mucho desde que Aznar hablaba catalán en la intimidad en TV3, pero ya en 1996, quien osaba pisar una emisora de aquella tierra, caía víctima de un súbito y temporal síndrome de Estocolmo y empezaba a soltar zalamerías catalanas por su boca. Hoy le pasa a Casado, que reniega de Rajoy en una traición de libro y también a Iglesias, aunque ese, por hacerse querer, apuñala a diario el corazón del gobierno en el que es tan necesario. ¿Será eso de matar al padre una costumbre o una estrategia?

También ha llovido mucho pero menos desde aquel Pacto del Tinell en 2003 cuando PSC, Iniciativa y ERC establecían un cordón sanitario al PP en Cataluña y lo extendían al gobierno del Estado. Y también ha llovido desde que poco después, Artur Mas en 2006 firmara ante notario que no pactaría con el PP, que como derecha le había apoyado en otras ocasiones, porque tal formación había jugado con Cataluña por intereses partidistas. Como se comprueba, ya entonces la política catalana iba de vetos y en ellos jugaba el papel esencial la depuración a la enorme culpa de ser español.

Hoy en día me atrevo a afirmar y espero que tenga remedio, Cataluña y por tanto España están mucho peor políticamente que entonces, pues, ciegos absolutamente a la tolerancia y buen rollo que, pese a la pandemia, prevalece en la sociedad civil española, los políticos allí aumentan a voces el caudal de insultos, descalificaciones, cordones que ellos llaman sanitarios y son estranguladores, vetos y ahora piedras. Vean, si no, el trato prodigado a VOX, que, aunque guste a pocos, a quien gusta, gusta mucho.

Recapacite Illa, la gran esperanza sanchista, sometido ahora al mismo inicuo veto que su partido sometía hace casi dos décadas al rival. Y piense también su jefe del no es no que lo mismo que llegan vetos, llueven piedras. Quien quiera entender que entienda.