Dicen los expertos de turno (historiadores, antropólogos, filólogos, etc.) que una de las características de la identidad y el carácter de los hispanos ha sido la picaresca. Aquí nacieron “La Celestina”, “La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”, “Guzmán de Alfarache”, “La vida del Buscón”, “Rinconete y Cortadillo”, entre otras. La novela picaresca surgió como una crítica a las instituciones degradadas de la España imperial. El pícaro venía a ser el contrapunto al caballero errante en una época en que el hambre era el pan nuestro de cada día y donde la estafa y el engaño eran recursos habituales para la supervivencia de los más débiles. Esta última descripción sobre las conductas de los pícaros, que ustedes pueden encontrar en cualquier manual sobre el tema, me viene como anillo al dedo para hablar sobre los casos que hemos ido conociendo durante las últimas semanas de esas personas que se han saltado todos los protocolos establecidos para la administración de las vacunas contra el maldito virus.

En este caso, lo curioso es que los pícaros del siglo XXI poco tienen que ver con los pícaros del siglo XVI. Si entonces eran los plebeyos quienes utilizaban las armas de la picaresca para sobrevivir en un entorno adverso, ahora son políticos, obispos, directores de residencia de mayores y otros bichos vivientes bien asentados en los círculos próximos al poder político, económico o social los que han utilizado las armas de la picaresca para sacar tajada. Habrá que escribir, sin embargo, que estas conductas las han practicado “algunos” políticos, obispos y otros bichos vivientes, que no debemos mezclar y meter en el mismo saco a los que cumplen y se ajustan a las normas establecidas, que son la inmensa mayoría de los ciudadanos, con quienes valiéndose de sus influencias tratan de pescar en río revuelto. Y lo han hecho, aunque algunos puedan pensar que tampoco es para tanto, que no hay que sacar las cosas de quicio, que más se perdió en Cuba o que haríamos mucho mejor denunciando otro tipo de conductas antes que estas.

Los pícaros han existido siempre y me temo que seguirán coexistiendo entre nosotros mientras que las condiciones para la supervivencia sean adversas. Por ejemplo, si tengo que darle de comer a tres rapaces, estoy en paro y no me queda más remedio que buscarme la vida en las colas del hambre porque el mercado de trabajo me ha cerrado todas las puertas, que nadie me venga a cuestionar que en esas circunstancias no es lógico que broten conductas como las del lazarillo de Tormes, que tanto nos gustaban leer en la infancia. Pero lo que ya no es de recibo es que algunos personajes practiquen la picaresca, es decir, la estafa y el engaño, sirviéndose de sus privilegios. Aunque también sepamos que los privilegios siempre han existido (¡ay, la desigualdad social, qué dura es!), al menos ahora cuestionamos, con mucha más intensidad que en el pasado, que alguien se sirva de sus privilegios para sacar tajada, sobre todo cuando el resto de la tribu tiene que conformarse con un mísero plato de lentejas. Imagino que ya me entienden.