En pocos países como en España, en ninguna región como en Cataluña, podría presentarse como la gran estrella de la campaña electoral a un candidato solo conocido por su incapacidad para gestionar desde su ministerio el único problema grave que se le ha planteado. El “efecto Illa”, un candidato del que no se conoce que haya dicho públicamente una sola verdad durante esa crisis. Un ministro que cada vez que se ha dirigido a los ciudadanos con aire solemne les ha mentido. Que no es siquiera capaz de, un año después de reconocer públicamente la existencia de la pandemia, y en plena época del tratamiento masivo de datos con las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento, dar la cifra real de fallecidos por causa de la enfermedad que ha monopolizado teóricamente su atención durante todo ese tiempo.

Un personaje, en suma, que esconde sin escrúpulo de ningún tipo su corte siniestro, sus opacos contratos y su descarado decir justo aquello que en realidad iba a hacer y pontificar haber hecho lo contrario de lo realmente hecho, tras esa misma pátina de abstracta respetabilidad con la que los independentistas apelan a su libertad mientras profanan la de los demás; a sus derechos mientras los niegan a los no independentistas; a la democracia mientras se ciscan con su tradicional espíritu navideño-caganer en las instituciones y las leyes que configuran esa democracia. Que en los últimos días de campaña haya tenido los arrestos de presentarse en dos debates televisivos pasando de la obligación establecida en ellos de aportar o realizar el test del COVID, (imaginemos si eso lo hubieran hecho los candidatos de Cs, PP o Vox), es solo la guinda para un tipo que lleva toda la vida viviendo de la política.

Hoy mismo veremos el resultado de la apuesta pero que según todo indica vaya a ser, en cualquier caso y con mucha diferencia, el más votado de los candidatos no independentistas deja en bastante mal lugar a los electores catalanes, al conjunto de los españoles y, sobre todo, a los partidos nítidamente constitucionalistas que concurren separados, sin una estrategia clara, sin un mensaje y programa sólido y básicamente haciéndose la guerra entre ellos para irse quitando trozos de ese mísero respaldo con el que se han ido quedando. Ciudadanos estrellándose tras ser en las últimas elecciones la fuerza más votada y PP y Vox solo pendientes de cual de ellos queda por delante como si el resultado de Cataluña fuera extrapolable a ningún otro punto de España, solo muestran la degradación tras años y años de ir dando tumbos tácticos sin ninguna estrategia a largo plazo.

Mientras tanto el COVID sigue disimulando el desastre económico, laboral y social al que estamos abocados en España. En este escenario lo único bueno del desastre catalán es que cientos de empresas siguen huyendo a otros puntos de España para garantizar su actividad. Lástima que tampoco de esto se haya enterado nadie por estas tierras nuestras que, a pesar de todo, siguen estando peor que Cataluña, la del defecto.

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