La boca es una encantadora dama que persigue asombrar el deseo. Ahora, con el tema de las mascarillas, hemos tenido que ocultarla... Sí, resulta “extraño” no ver el origen de la furia de muchas atracciones. Los labios siempre han estado a disposición de ser explorados por otras lenguas; aunque, poniéndome en hipótesis más atractivas, se me antoja pensar en el gusto de lo súbito. Hay cosas que encarnan admirablemente la ferocidad de lo que se busca con ganas. Por supuesto, alternando placer e imaginación. La boca es un trozo de anatomía que multiplica el grosor con la acción. No es lo mismo (sonrío) echarle un ojo a una mandíbula torcida por morder un chusco de pan duro, que adivinar la mordedura de la serpiente que abre la suprema puerta del placer. Hay cosas que a muchas personas le resultan “vulgares”... Al revestir la vida de prejuicios (absolutamente todo) queda a disposición del complejo.

Son tiempos de considerar la realidad y evolucionar con el espíritu. Un reflejo revelador es ver que a día de hoy somos dos ojos fragmentados sin ningún tipo de potencia. Nuestro rostro ya no es la espera que exaspera. Con la mascarilla ha nacido la estética homogénea; sí, la misma que admite que los humanos hemos sido una estúpida experiencia decorativa ordenada por la apariencia.

El domingo es San Valentín: la la ocasión perfecta para reflexionar (sin torpeza) sobre todo aquello que en un momento de la vida se impulsó con fines comerciales. ¡Qué difícil es ser “motivo de amor” que se compra y se envuelve! La pandemia nos está haciendo entender que todo aquello que se frota con la nada, al final se queda en nada.

Al final, lo de San Valentín, ha sido durante muchos años, un puto pastel pegado a la sociedad esperando a ser comprado. Qué de cosas absurdas hemos tenido que vivir y qué de motivos inexistentes hemos encontrado. Con la coquetería que compone el universo de los carmines, me pinto los labios de rojo, y establezco mi mejor beso. Sí, el que discurre entre el espejo y mis razones. Es el momento de exaltar todo aquello que no está instaurado en lo absurdo.