Nunca me imaginé que el lugar de partida de la humanidad iba a ser el miedo. La verdad, pensándolo bien, hemos dejado de ser la preciosa presencia que fecunda los afectos; y nos hemos convertido en la razón para huir unos de otros. ¿Cómo es posible concebir una vida que no refleja nada humano? A día de hoy, todo, absolutamente todo, es memoria que muere al resucitar el instante siguiente. Según están las cosas (opinión subjetiva) es mejor lanzar al olvido la bella vida de antes y no pensar en el tiempo que agrupaba la verdadera identidad del viviente. La pandemia se llevó todo; sí, hasta la brillante felicidad de las cosas sencillas. Todos (por la cuenta que nos trae) hemos aceptado la “nueva normalidad”, pero aún no estamos preparados para ser discípulos de la lejanía.

Las mascarillas nos han transformado en gente. Antes, los rostros tenían identidad, ahora (no sé si soy la única) pero no reconozco a nadie. Yo creo (sonrío) que debajo de las mismas se descomponen todo tipo de improperios y cómo no se nos ve la boca... ¿Para qué quedarse con ganas de llamar asqueroso al vecino? Pues se dice y en paz. Con la mascarilla todas las palabras son absorbidas por la discreción: aprovechen.

Junto al humor siempre se encuentran las ganas. La tristeza come lo que la risa modifica. Y puesto que no hay riesgo de contagio al sonreír: hagámoslo más a menudo. Es el momento de leer a Baudelaire. Sí, el objetivo es ser unos “putos cómicos”. Mejor que tristes... ¿No?