Constatan en Alemania que el virus de la corona se ensaña particularmente con los extremistas de derecha. Caray. El SARS-CoV-2 parece tener una particular querencia por los fachas: o al menos eso es lo que deducen quienes se encargan de analizar las estadísticas de incidencia por regiones, que allí llaman Länder. A mayor proporción de votos a los ultras, más grande es el número de contagios.

Igual llevaba razón el defenestrado Trump cuando insistía una y otra vez en que el virus es un invento de China. Aunque la República Popular fundada por Mao sea a estas alturas el principal bastión del capitalismo, no deja de ser verdad que, oficialmente, se trata de un país comunista. Nada más natural, por tanto, que un virus rojo les profese especial tirria a sus enemigos del bando de enfrente.

Hay otras posibles explicaciones, sin embargo. Los líderes de la ultraderecha en Alemania –y no solo allí– tienden a pensar que la actual pandemia obedece al designio de ciertos poderes ocultos que gobiernan en secreto el mundo. Dado que quedaría feo a estas alturas culpar a los judíos, ahora achacan la plaga al propósito secreto de establecer un Nuevo Orden Mundial. En esto coinciden con algunos grupos de ultraizquierda, como suele ocurrir entre la gente de ideas extremadas.

La lógica consecuencia de ese pensamiento es que cuestionen cualquier medida que los gobiernos, títeres de Soros y de Bill Gates, puedan adoptar contra la creciente propagación del virus. De ahí que los fachas de Alemania y de otras partes del mundo protesten contra la obligatoriedad de calzar mascarilla o se manifiesten por las calles a cara descubierta para protestar por los confinamientos.

Esa actitud levantisca favorecería, aparentemente, la difusión del virus. Se empieza por negar el Holocausto y, ya metidos en harina, se acaba por negar también la existencia de la epidemia. Fuera máscaras, abajo las restricciones y que sea lo que Dios o el SARS-CoV-2 quiera.

Curiosamente, o no, los feudos de la ultraderecha donde se aprecia una correlación con el mayor número de contagios están situados en lo que fue la Alemania del Este bajo el mando de la URSS. Se diría que han pasado de rojos a fachas sin solución de continuidad; pero todo tiene su explicación. También son muchos los anteriores votantes del PC que ahora nutren la clientela electoral de la parafascista Marine Le Pen en Francia. Los extremeños se tocan, según hizo notar en su día el dramaturgo español Pedro Muñoz Seca.

También aquí se han producido manifestaciones en barrios de gente bien madrileña contra las disposiciones, a su juicio tiránicas, del Gobierno bolivariano y socialcomunista que preside Pedro Sánchez. No se ha hecho, sin embargo, un análisis estadístico del voto y de los contagios para averiguar si, al igual que en Alemania, el virus rojo procedente de China ataca más a los llamados cayetanos que al común de la población.

Sería bueno saberlo, aunque en realidad no importe gran cosa. El coronavirus viene demostrando desde hace muchos meses una inusual habilidad para sortear casi cualquier medida que los gobiernos adopten. Salvo en ciertos países de Asia, donde la experiencia es un grado, el bicho campa a sus anchas un año después; y no hay trazas de que vaya a cejar en su empeño. Más que facha o rojo, es un puñetero de mucho cuidado.