¡Jesús, María y José! En la España de los despropósitos, la gente de Podemos son los reyes indiscutibles, especialmente sus líderes y lideresas. Irene Montero, ministra de Igualdad se podía haber ahorrado los zascas que le han atizado en las redes sociales si hiciera suyo el viejo dicho: “En boca cerrada, no entran moscas”. Cuántas veces, lo más pertinente es el silencio.

La dirigente, que no diligente, morada ha denunciado que existe homofobia “en los barrios obreros”. ¡No me lo puedo creer! Precisamente en los barrios obreros que son todo lo contrario al pensamiento trasnochado de la ministra. Empeñada en su apreciación ha dicho que es, precisamente en estos barrios, donde las personas LGTB sufren discriminación por el hecho de tener una orientación o unas preferencias diferentes a las de la mayoría de la población.

Qué cosas tiene la vida. Cuando Irene Montero vivía en Rivas y en Vallecas, conocidos barrios obreros de Madrid, esos comportamientos homófobos no existían, porque ella los hubiera denunciado de inmediato. Esto ha empezado a ocurrir desde el momento en que decidierá trasladarse con su progenie a Galapagar, a un chalet más propio de la burguesía, de la clase acomodada, de, en definitiva, el pijerío madrileño.

Por mucha ministra que sea esta joven, no puede utilizar a su conveniencia al movimiento LGTB. Como tampoco puede criminalizar a los barrios obreros que en esta y en otras materias suelen ser verdaderos adelantados. Es muy fácil criticar a los barrios obreros desde el confort del chalecito de Galapagar. En los barrios obreros precisamente es donde la incidencia de acoso a estos colectivos es menor que en cualquier otro arrabal.

Solo faltaba que ahora Montero también fuera ‘clasista’, acusación que siempre se vierte sobre el ‘facherío’ madrileño. Cargar ahora contra los barrios obreros denota claramente el cambio experimentado por esta joven desde su traslado domiciliario. Aquí no cabe decir aquello de “Dónde fueres, haz lo que vieres” porque la ministra no socializa con los vecinos de Galapagar. No hay contacto físico. No existen las relaciones vecinales. El matrimonio Iglesias-Montero no sale de su bunker y cuando lo hace es en el coche oficial y protegidos por una fuerte escolta de la Guardia Civil.

A estas alturas venir con semejante visión distorsionada de los barrios obreros dice muy poco de quien se catapultó a la política desde Vallecas, con el empujón de su compañero de vida. Lo encomiástico hubiera sido que la pareja permaneciera, no ya en su domicilio primitivo, la familia ha crecido, pero sí en el entorno de Vallecas o de Rivas, dos barrios obreros a los que deben sus fulgurantes carreras.