La foto es la de una chica joven con un rifle caro detrás de unas enormes cornamentas de ciervo de 15 puntas. Ella está a punto de echarse a llorar, o acaba de llorar, no sabemos si de alegría por haber abatido semejante ejemplar o simplemente de emoción, al encontrarse el deseo con la violencia y la muerte.

Esta imagen se repite en las redes sociales despertando todo tipo de reacciones. La instantánea se parece a otras muchas en las que la víctima posa humillada a los pies de un ser humano rebosante de superioridad. Y como en otras ocasiones, los “me gusta” y los corazones se mezclan con mensajes de repulsa.

La imagen habla por sí misma, su significado no huye de la forma en la que los personajes se presentan pues el cuadro es elocuente en sí mismo: una ilustración de las contradicciones de una sociedad que dice sufrir por el colapso medioambiental que se avecina pero que es incapaz de renunciar a sus pasiones más viejas, aquellas que propician el colapso.

No estamos ante Diana cazadora, de Rubens. Aquí, la ilusión de la caza ha sido sustituida por una expresión de desesperanza y arrepentimiento, como si toda la valentía empleada hubiera quedado en tristes rescoldos, a sabiendas de que no hay mérito ninguno en apretar el gatillo de un arma tan sofisticada y que el trofeo, por tratarse de un ser vivo, no puede exponerse, como es obvio, en su estado natural.

Pero detengámonos un momento en los hechos, en cómo se produjo el acto de caza. Aunque fue una bala lo que mató al animal, es posible que ayudara su embelesamiento ante la belleza de su oponente. El animal se quedó mirando, desconcertado, pues la perceptible candidez de la que era testigo no cuadraba con el estilo de los cazadores a los que tanto estaba acostumbrado y tan bien había burlado hasta entonces. De hecho, en esos segundos que van desde el avistamiento mutuo al acto de empuñar el rifle, apuntar y apretar el gatillo, al animal se le pasó por la cabeza algo así como un sueño paralizante, la extraña sensación de que lo que estaba viviendo no era real y que en esa mezcla de ficción con la sangre que estaba a punto de manar de su cuerpo no había más que una visión romántica del paraíso en el que había nacido.

Una vez aclarado que la muerte del ciervo es responsabilidad del propio ciervo y no de la novísima Diana, podemos avanzar que no es posible acusar a los difusores de la imagen de enaltecimiento de la violencia, menos aún cuando la acción de cazar por deporte se ha elevado a la categoría de sentimiento gracias a unas supuestas lágrimas derramadas. Y siguiendo esta lógica, digo yo: quizá se podría dar un paso más y proponer a la Junta de Castilla y León que instalara en nuestros montes hilos musicales para que desde algún despacho se pudiera pinchar la Sonata para piano n.º 8 de Beethoven cada vez que algo tan sublime acontece. Liberada de su toxicidad, no basta con clonar la imagen en la redes, es preciso que todo el mundo sepa de qué manera se puede disfrutar al abatir un animal con un arma de precisión hasta llorar, llorar de emoción y de alegría sin esconder nuestros instintos.

Lástima que la imagen tenga un aroma a reclamo publicitario, pues parece que está realizada para mantener una tradición de altos vuelos económicos como es la caza. Sin más rodeos, el pie de foto debería ser: “Cazar te da la vida”, o algo así. Cualquier frase que no caiga en el cinismo.

Algo me inquieta, sin embargo, que la imagen tenga tanto éxito que se convierta en trending topic. ¿Veremos, entonces, adolescentes e incluso niñas y niños procedentes de centros escolares bajar en tropel de los autobuses para con sus armas, seguras y eficaces, profundizar en el alma humana a través del conocimiento real de los ecosistemas vivos y su absoluta dependencia jerárquica hacia el hombre?

En todo caso, no juzguemos alegremente este tipo de imágenes sin tratar de encontrar, por pequeño que sea, algún sentido moral a ellas. Si analizamos concienzudamente la foto de esa chica joven con un enorme ciervo abatido a sus pies, llegaremos a la conclusión de que ese ciervo, como otros muchos animales, no era beneficioso para el medio ambiente, y ese es el auténtico motivo de su caza, y no un simple ufano llevarse consigo un fabuloso trofeo a casa y presumir durante generaciones. Y echando cuentas, podemos imaginar fácilmente el porqué de la necesidad de su muerte: La proliferación de ese tipo de especies provoca graves daños a la Naturaleza, sus estómagos procesan demasiada hierba en competencia con la ganadería extensiva, destrozan los árboles jóvenes impidiendo el avance de los bosques e incluso pisotean las zonas donde los recolectores de hongos hacen su trabajo. Eso sin contar que probablemente el ejemplar que yace fotografiado está en edad reproductora y vaya usted a saber cuántos ciervos más serán de su sangre.

En resumen, que tanto ciervo no es bueno, y por eso es importante que nazca una nueva sensibilidad entre las gentes para evitarlo. Personas que se emocionen con la defensa del equilibrio de los ecosistemas y que se lancen con sus permisos de caza y sus armas automáticas a la defensa del territorio. ¿Es esta la conclusión?

Probablemente no, pero, la verdad, no encuentro otra manera de justificar lo que a simple vista parece ser de una vileza moral terrible.

Pero, ¿y los lobos? ¿No desbaratan los lobos nuestro mejor argumento? Los lobos hacen la misma función que los cazadores, e incluso mejor, al acabar también con los ejemplares enfermos. Mantienen el ecosistema a raya y ayudan a la fauna, salvaje y domesticada, a estar sana. De hecho, si la caza fuera una actividad mucho más regulada, o no existiera, los ecosistemas podrían funcionar a la perfección con el clásico equilibrio entre depredadores y depredados.

¿Por qué entonces no salen fotos de lobos devorando a sus presas?

¿Será porque los lobos no lloran?

Será por eso y porque, además, el lobo es una especie cinegética.

O será porque el lobo no se deja fotografiar, ya que su comportamiento, mucho menos envanecido que el de los humanos, no le permite semejante obscenidad.