Es evidente que la sociedad conforma la mentalidad de sus miembros, (socializándonos) la conciencia del ser humano está muy determinada por su existencia social. El individualismo en la conciencia social y moral está muy condicionado por la pertenencia a una sociedad o clase determinada, y esto tanto en la línea de los “perjuicios”, como en la de los “intereses”, que se revisten y enmarcan, respectivamente, de “normas” morales. El conocimiento tiene lugar también en cuanto que la sociedad suministra posibilidades –originariamente intelectuales y económicas, pero, consecuentemente, morales también- a los ciudadanos mejor situados dentro de ella, y niega “oportunidades,” como suele decirse, a los peor situados.

La moral no es social solamente por el origen de las normas, sino también por el origen de la conciencia moral. El “tribunal” de la conciencia es, en el fondo, la interiorización del tribunal moral de la comunidad (sociedad). Por eso no parece que estemos dando cuenta de la gravedad de la situación que encierran los fenómenos de la corrupción política que son más graves de los que abarca la esfera individual, pues influyen en el clima moral de la sociedad, impulsando fenómenos negativos de carácter histórico, creando una sensación de rechazo individual y colectivo, de retirarse a la vida privada, ante un panorama externo tan poco edificante, con lo que las soluciones se hacen más difíciles todavía, pues sin la participación de los ciudadanos son ilusorios los cambios que la sociedad precisa.

En el clima moral actual, donde la relajación de costumbres en un hecho, y los valores existentes entre los españoles son egoístas, mercantiles, la moral social es poco elevada. Se defiende el éxito sin más, sin parar a analizar las causas del mismo. La admiración popular por personajes que han delinquido es muy indicativa del verdadero clima moral de una sociedad donde los ejemplos de buen comportamiento no abundan. Se admira, en suma, a quién ha tenido el valor suficiente para hacer lo que otros muchos no tienen. Una encuesta reciente de un “Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social”, señalaba que los españoles se muestran rigurosos a la hora de aceptar situaciones poco éticas, pero son comprensivos con “arreglar la declaración de la renta” para pagar menos a hacienda, o “mentir en interés personal.

Según estos ejemplos hasta para cumplir las normas sociales, nuestro horizonte vital es muy reducido. Son infracciones pequeñas si se quiere si queremos argumentar, pero que encajan perfectamente en el clima existente de escasa ejemplaridad social. Frente a la clase política, el español no se siente participe, y en su afán de evitar tan elevados impuestos se disculpa por la sospecha de que su dinero irá destinado más que a mejorar los servicios públicos a pagar las alegrías presupuestarias de la clase política. “Hoy la ciudadanía estamos aburridos y asqueados de la política” y esto es peligroso para la convivencia.