Es cínico abundar que el tiempo lo cura todo cuando tu hija fue asesinada impunemente por un sujeto que anda suelto, “caso Sheila Barrero”, año 2004, entre Degaña, partido judicial de Cangas del Narcea, y Villablino, León.

El tiempo no lo cura todo, es un testigo doloso más. Pongamos el caso de Alcácer, tres adolescentes vilmente asesinadas en 1992. En el año 2020 aún se encontraron restos de las niñas valencianas, tal como acredita la antropología forense. Veintiocho años después el asesino sigue en paradero desconocido, otro caso sin cerrar, otra herida abierta.

La cientificidad de la antropología criminal es incuestionable, pero no determinante, se acompaña del elemento sociocultural, van de la mano. En “El hombre observado”, el antropólogo Ashley Montagu dice: “Un crimen es el que la sociedad elige definir como tal”.

Este argumento nos lleva a discernir la categoría etnográfica –comparativa– entre el pueblo de Villablino, donde se fragua el móvil del crimen, y el Ayuntamiento de Degaña, volcado en la causa, que declara luto oficial cada 25 de enero arropando a la familia. Mientras una sociedad silencia por temor, otra clama justicia siendo el mismo crimen, Montagu lo explica.

Empero, en toda la ramificación analítica –holística– del caso sobresale el cuestionamiento jurídico del hecho delictivo. Sustanciado en indicios de culpabilidad acreditada por los investigadores, se desestiman pruebas de balística concluyentes en otros sumarios, aparcan la causa por sobreseimiento provisional y archivo de las actuaciones, literalmente “faltan diligencias”, han pasado varios instructores y las patatas calientes acaban frías en las manos. Ahí tiene respuestas la Filosofía del Derecho, la antropología.

La antropología criminalista perfila la personalidad del asesino de Sheila Barrero. El profesor Vicente Garrido, criminólogo, descifra la personalidad del autor. Destaca dos estimaciones del móvil: venganza y temor. Tras descerrajarle el tiro a la joven, cambia el escenario del crimen. El asesino aborda a su víctima en el vehículo que conduce tras interceptarla con otro coche, sube al asiento trasero y le dispara por detrás. Aparta con cuidado a la víctima al asiento del copiloto para despejar la carretera, aparcando a poca distancia el auto en un área de descanso que marcó el punto de abordaje, y reincorpora el cadáver al volante, se esmera en dejarla en una posición “digna”, coloca las manos de Sheila en el regazo, un detalle macabramente tierno, si acaso femenino.

Una preciosa canción de Víctor Manuel es la única que tiene respuesta para la familia de Sheila, para su madre: “¿Qué te puedo dar para que no sufras, qué te puedo dar que no te hunda..?”. Es una oda al regazo de Julia, una madre que está por encima de cualquier interpretación, incluida la errática instrucción jurídica del “caso Sheila”. “¿Qué te puedo dar para que no sufras?” es la pregunta más bonita que podemos ofrecer a una madre valiente.