Echamos la vista atrás y contemplamos los últimos once meses como una nebulosa, un plasma informe, un agujero negro que se hubiera tragado todo salvo su propia existencia. Nos sorprendemos cuando, viendo una película, leyendo una novela o revisando un vídeo familiar, nuestro subconsciente nos alerta, con aire de reprobación, de que no hay mascarillas o un grupo de diez, quince o veinte amigos se enfrascan en abrazos de celebración o en cánticos nocturnos de camaradería callejera. Nos parece antiguo ese escenario que quizá tenga apenas un año. Parece ciencia ficción lo que siempre ha sido real. Asumimos como real lo que parece emergido del infeliz mundo feliz de Huxley.

Pero no es verdad que el virus chino haya creado una nueva normalidad, por mucho que periodistas hambrientos de titulares llamativos y políticos con menos aditamento mental que vacía grandilocuencia verbal repitan el mantra. Lo que han hecho el virus y la respuesta ante él ha sido romper la normalidad para dar paso a algo extraordinario en tiempos modernos aunque vivido ya antes en la historia.

No quiero una normalidad inundada de asepsia. Una nueva normalidad sin contacto social o grupal. En la que haya que ir embozados por miedo a lo que de malo nos puedan transmitir el de al lado o el de enfrente. No es normalidad aquella que te exige mirar a los ojos sin poder captar el rictus de reacción en los labios. La que impide dar la mano, palpar, rozar, besar o abrazar. No lo es aquella que transfigura al vecino en chivato, al amigo en un ser esquivo. No existe la nueva normalidad. Existe la normalidad y aquello que no lo es.

Esto pasará, nadie lo dude. Dan igual los agoreros que se enfangan en el discurso idiota de que ya nada será igual después de esta mierda. Se equivocan, como se han equivocado siempre quienes han querido anticipar los mismos efectos en otros acontecimientos históricos. Haremos que todo vuelva a ser igual. Como el niño que cae al suelo vuelve a caminar por mucho que la sangre haya amanecido en sus rodillas y se trate ya del enésimo intento. Volveremos a ser.

Ocurrirá más pronto para algunos, más tarde para otros que arrastren la cadena que dejan las secuelas o el puñal en el tórax de la pérdida de un ser querido, que es, a la postre, la única derrota verdadera e inapelable en esta vida. Y volveremos a hacer arte de lo sencillo. La amistad, las reuniones, los viajes o la noche. De escapar un fin de semana sin que se nos sospeche delincuentes. Brindar junto al crepitar de las brasas de una chimenea. Disfrutar de un concierto o un partido de fútbol en medio de una multitud o viajar sin que nadie te pare para preguntar de dónde vienes o a dónde vas. De compartir cánticos y aliento. Subir a un avión. Entrar en un restaurante o hacinarse en una playa. De vivir. Con normalidad.

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