He aquí, en puertas, el 31 de enero, festividad de San Juan Bosco, día en que, lejos ya de la docencia y de la asiduidad a los artículos de Opinión, se me daba posibilidad de volver a escribir sobre el mundo de los chicos. Fue a ellos, jóvenes o adolescentes, a quienes el fundador de los Salesianos les dedicó vida y milagros. En llegando esta fecha de final de enero dedicaba mi artículo al tema siempre actual de la educación. Los títulos así lo decían: “Pacto por la educación”, “Asignatura pendiente”, “Educación, ¿para qué?”, “El mundo que tenemos en La cabeza”… El 31 de enero, a más de la festividad del Santo, era para mí ocasión y pretexto para acercarme a ese colectivo tan añorado de jóvenes y adolescentes al que Juan Bosco se entregó en cuerpo y alma. Lo suyo eran los “chicos de la calle”.

Pero algo se nos ha metido por medio este año, y es la anunciada marcha de la Comunidad Salesiana de Zamora. Franciscanos y Jesuitas lo hicieron antes. Vivimos tiempos de repliegue, muy lejos de esos otros en los que la institución salesiana, en plena expansión, era llamada a gestionar la inicial “Fundación San José”, núcleo y origen de la primera Universidad Laboral. Todavía con heridas de posguerra España anhelaba sumarse a la modernidad y buscaba profesionales, gente preparada para afrontar el más que previsible desarrollo. Los Salesianos, con amplia experiencia en centros similares en Madrid, Barcelona, Sevilla y Baracaldo… fueron los elegidos para la dirección y enseñanza. Ahora son otros los tiempos y las circunstancias. La disminución en número y efectivos, llamémoslo vocaciones, por una parte y la normal asunción del Estado de sus legítimas competencias por otra,, orientan por otros caminos, otras son las necesidades y presencias.

Yo fui uno de los que vivieron aquella inicial experiencia de la Universidad Laboral. Nuestros padres supieron calibrar el salto cualitativo que suponía el paso de nuestras entrañables escuelitas, la mía la de Don Clemente en la cuesta o bajada de San Ildefonso, a un centro que, ya de salida, se presentaba con el aval de “Universidad” . Y cómo impresionaba la actual Príncipe de Asturias abarrotada de chicos de todas partes, vascos y catalanes en gran número… Y qué admiración al contemplar al gran Castilviejo aupado sobre la pared del templo de María Auxiliadora para colocar el mural que representaba el sueño de San Juan Bosco sobre la Iglesia y, aquel otro sobre el mundo del trabajo justo enfrente y dando acceso al pasillo de aulas. Dos mundos, uno el de la fe y de las creencias al interior de la iglesia, y otro, el de la cultura y del saber ya fuera, tan solo separados por una majestuosa puerta. Una puerta, y en un centro educativo por más inri, que a tantos les encanta clausurar. Cultura y Religión que, miren por dónde, han tenido de nuevo simbólica fusión aquí mismo en Zamora. Un espacio en un centro del saber, templo de María Auxiliadora, que ha pasado a constituirse en lugar de culto para Zamora y un templo, el de la Concepción, allá por la plaza de Viriato, que se transforma para Zamora también en biblioteca y Casa de Cultura.

Traslado aquí, y así lo veo, una cita del sensacional ensayo de Irene Vallejo en “El infinito en un junco” describiendo lo que significó la Biblioteca de Alejandría. La Universidad Laboral fue concebida también como un “espacio nuevo del que partiría la ruta hacia un futuro de universalidad, afán de conocimiento, deseo de fusión y abolición de fronteras; un territorio mental y espacio hospitalario para todos” Y ahí tuvimos la suerte y el honor de estar los Salesianos..

Quienes estuvimos en La Universidad Laboral en sus inicios, año 1953, “antigua guardia de la Laboral”, valoramos la presencia y la historia vivida allí tanto de Salesianos como otros profesores y maestros de taller seglares y de personal de servicio. Son ya casi 70 años, toda una vida. Muchos nos han dejado, pero mantenemos el recuerdo y la memoria porque no queremos que sean las personas las que olviden y quienes recuerden, las piedras. Largo, largo el recorrido, pero el tiempo corto, ¡pasa tan deprisa!...

A todos los salesianos, hijos de don Bosco, yo entre ellos , a cuantos están ahora o ya se han ido les decimos a modo de despedida: “Una por una/las ventanas me van diciendo adiós,/nos vamos de año en año/y miramos el largo recorrido/nuestras huellas son huellas/ de la ausencia incurable,/la alegría y la `pena/ se acercan abrazadas./ A festejar, a festejar se ha dicho/ por la sobrevida./ adiós a las ventanas que se cierran/el sol viene y se va./ Y yo prefiero irme despacio/hasta el borde del borde/y despejarme”. (Poema “Adioses” de Mario Benedetti en Inventario Cuatro).