El gol de Schrödinger

El gol de Schrödinger

Desde su popularización como deporte de masas en la década de 1920, acontecida gracias a la mejora del transporte, la atención de los medios de comunicación y la construcción de grandes estadios, el fútbol comenzó a mover importantes sumas de dinero. Pero no sería hasta los años noventa, con la asunción de las nuevas teorías económicas, la globalización y la explotación de los derechos televisivos, cuando las cifras comenzaran a marear a los fans. Para que nos hagamos una idea comparativa, una estrella de los años 50, como Di Stefano, cobraba un salario equivalente a 200 SMI de la época, mientras que una estrella actual, como Cristiano Ronaldo, gana el equivalente a 1900 SMI.

Pero, ¿dónde reside el éxito del fútbol? ¿Cuál es el truco para su aceptación por encima de deportes más emocionantes y complejos como el baloncesto? ¿Por qué la gente se identifica con su épica? ¿Se trata de la nueva epopeya moderna? ¿Sustituye a las guerras entre naciones y las rivalidades entre ciudades?

La teoría cuántica nos dice que la observación de un objeto puede influir en el comportamiento de otro objeto distante sin que ambos estén conectados por ninguna fuerza física. También nos dice que la observación misma de la posición de un objeto causa su presencia ahí. De acuerdo con la teoría cuántica, un objeto puede estar en varios sitios a la vez, y su existencia en un punto particular sólo se convierte en una realidad si dicho objeto es observado.

Relata Benjamin Labatut en su obra Un verdor terrible que Schrödinger, el inventor de la ecuación homónima que teorizaría la mecánica cuántica, “había tenido que incluir un número complejo en su fórmula: la raíz cuadrada de menos uno. En la práctica, lo que eso significaba era que una parte de la onda que su ecuación describía se salía de las tres dimensiones del espacio.”

Agustín Fernández Mallo, el escritor español que más ha hecho por construir la realidad que evoca la literatura a través de la física cuántica, y no de la propia literatura, escribe al comienzo de su novela Limbo lo siguiente sobre Heisenberg (el teórico que enunciaría el principio de incertidumbre que rige la física cuántica): “Años atrás le había oído decir a Bohr «al llegar al mundo de los átomos, al científico no le interesa tanto hacer cálculos como crear imágenes.»”

Pues bien, aunque no lo parezca, algo aparentemente tan sencillo como un partido de fútbol puede servir para crear una imagen, o una representación completa, de algo tan complejo como la física cuántica. Una analogía radicada en la dualidad onda-partícula; fenómeno que explica que los electrones que existen en varios sitios al mismo tiempo pueden tener las propiedades de una onda.

Imaginemos por un instante que el terreno de juego es el espacio del átomo, donde existen dimensiones ocultas en las que se mueven las partículas Siguiendo esta secuencia: el esférico representa el núcleo central y los jugadores los electrones que orbitan alrededor trazando formas imposibles: centenares de desplazamientos azarosos que crean infinidad de combinaciones motrices; una acumulación de acciones que nuestros ojos no pueden seguir. Tácticas explicadas por medio de ecuaciones.

Esto significa que lo que un espectador de un partido recibe es una suerte de representación tridimensional del núcleo junto con un destello continuo del movimiento de los electrones en torno a él, pues para observar los movimientos restantes que se producen en el campo tendría que desviar la vista de esa atracción nuclear que es el balón. O dicho de otro modo: el ojo del espectador es una lente aumentada de las partículas elementales, pero con muy poca amplitud de foco. De ahí que cada aficionado vea a la postre un partido distinto: el fan que solo se fija en las jugadas de peligro, el espectador que estudia la táctica, el entrenador frustrado que solo ve los errores…

Por otro lado, el deporte rey ha adquirido en los últimos años una esencia pseudocientífica que traspasa el mundo de la competición. A ello ha contribuido la profesionalización, la especialización y la tecnología, pero también (o como consecuencia) la aparición de un nuevo perfil de entrenador, un tipo de profesional más parecido a un profesor universitario que a un exjugador, alguien capaz de exprimir todos los símiles futbolísticos en sus ruedas de prensa. Un filósofo del fútbol. El mayor referente de esta tendencia, Pep Guardiola, pronunció unas palabras sobre Leo Messi que podría haber firmado cualquier físico: “cuando le llega el balón, tiene la radiografía del espacio-tiempo”.

Y es que, para sorpresa de muchos, el fútbol puede funcionar como una puesta en escena simulada del engranaje de la materia, del mayor misterio de la ciencia, pues, a diferencia de otros deportes de competición, el número de variables y la amplitud del espacio le permiten magnificar el principio de incertidumbre y exponer al espectador a sus estragos durante los noventa minutos que dura un encuentro: ¿qué pasará?, ¿cómo pasará?, ¿cuándo pasará?, ¿pasará?... ¿Perderemos el partido?

Pero para que el fútbol funcione se necesita la energía nuclear que mana de la pasión de los aficionados; el interés que cada individuo crea respecto a la importancia de los resultados, el peso con que se cargan las partículas. Si al fútbol le quitamos la pasión de seguir unos colores y le ponemos un campo embarrado de 2ªB y un partido sin táctica, técnica ni ritmo; uno de esos encuentros en los que se juegan al patapum pa’rriba, se convierte en un deporte insustancial, bronco y vacío.

En otras palabras: el fútbol es como el papel moneda; se le otorga un valor que no tiene per se. Una afinidad creada para participar de las emociones de un colectivo; el equipo de tu barrio, de tu pueblo, de tu región o de tu país. Una energía creada por los sentimientos. La electricidad que ha llevado la ciencia futbolística a los lugares más remotos del planeta.