Las redes sociales nacieron como un soplo de aire fresco. En juego de palabras, como la mejor expresión de la libertad de expresión individual. Frente al adocenamiento generalizado de los medios de comunicación tradicionales caídos en manos de grupos de poder económico o convertidos en instrumento político cada vez más dependientes de la subvención o la dádiva con dinero público, las redes sociales eran la vía de escape del individuo frente a la masa. Del libre pensamiento frente a la dictadura de lo políticamente correcto.

Casi la viva representación de la Arcadia feliz del anarquista, donde todo estaba permitido, todo se podía decir. Libertad en estado puro. El jardín del Edén antes de la manzana, aunque como aquel, pronto se pervirtió. El cara a cara va dando lugar al cara a pseudónimo, a la proliferación de perfiles falsos, al abuso en el insulto o el acoso organizado y polarizado y, amparándose en ello, a una serie de normas internas dentro de las redes que van restringiendo más y más la libertad de expresión de quienes -sigo con el juego de palabras- no se expresan de acuerdo a la corriente de pensamiento dominante dentro de “la oficialidad”.

Trump es un estrambote en su expresión pública. Ha elevado al máximo nivel la mala costumbre de los políticos del último lustro y de sus jefes de prensa, de comunicar en menos de doscientas letras, casi en exclusiva, con una cotidianidad imposible para el pensamiento profundo o la reflexión. Pero no un estrambote diferente de lo que lo son otros a lo largo y ancho del planeta y su extravagancia no puede justificar que los millonarios más millonarios de la tierra decidan “echarlo” de sus muros virtuales llenos de tantas mentiras y basura, para que no emborrone con sus “graffiti”, sin arte pero a contracorriente, los borrones que otros hacen a diario a favor de esa corriente del pensamiento vacuo pero “progre”.

Ahora resulta que la corrección política, el marco en el cual podemos desenvolvernos libremente para transmitir lo que pensamos lo marcan los jefes de los monopolios mundiales de las redes sociales y la informática. Los amos de Facebook y Twitter, Google y Apple nos imponen lo que está permitido y lo que no. Y aplaudimos con las orejas mientras nos inclinamos ante sus altares. Ahí nuestra vanguardia pseudointelectual no se rasga las vestiduras ni se pregunta “a estos quién los ha votado”. De la noche a la mañana deciden expulsar a Trump -al que votan setenta millones de estadounidenses en el único país que ha sido democracia desde su fundación- y miles de cuentas de sus seguidores o de gente que simplemente comparte los mismos pensamientos, acertados o errados, “porque son un peligro para el orden mundial”. Un peligro equivalente al Daesh, el ISIS y superior al de las dictaduras comunistas porque lo dicen unos señores que se permiten, incluso, exterminar la presencia virtual de cualquier competidor o red alternativa.

No es Trump. Es la libertad. Pasar de la libertad a la opresión, que parece un gran paso para el hombre, es solo un pequeño salto para la humanidad.

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